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Un caos muy armonioso

Un caos muy armonioso

Un caos muy armonioso

Malusa Gómez
@marylightg

Hace unos meses, hice uno de los mejores viajes de mi vida. Mientras estaba allá sentía que acumulaba mil cosas que contar y compartir. Y tan es así que hasta hoy, 3 meses después, logro poner orden en mi cabeza, mis recuerdos y mi corazón para sentarme a escribir.

La India. Según todos lugar de contrastes, colores, olores, sabores, desigualdades, sonidos extremos, ríos de gente, creencias, dioses y templos. Y sí, casi todo eso es lo que yo encontré en sus pueblos, sus calles, sus recorridos y su gente.

Pero el viaje va mucho más allá. Para empezar hay que intentar dejar en casa los ojos occidentales con los que solemos analizar el mundo. Este mundo no se puede ver más que desde el corazón y los sentidos. Si tratas de entenderlo o de compararlo con tus referentes comunes, solo lograrás ver por encima y el chiste es ir más profundo, y aun así, se queda uno corto es complicado asimilar tanto y entender bien una cultura tan rica y tan antigua.

Delhi, Jaipur, Agra, Khajuraho y Benarés fueron las ciudades elegidas para recorrer, pasear y sentir. Cada una con su historia, sus lugares y su propio caos. Un caos ruidoso y ordenado en el cual es complicado comprender que las cosas fluyen y conviven sin demasiados contratiempos. Coches que circulan – a la inglesa – al parecer sin ningún orden, esquivando puestos callejeros, gente que camina, motos, bicicletas y vacas. Siempre tocando el claxon no para que te quites, sino para que sepas ahí vienen y que haya lugar o no para ellos van a pasar por ahí. Y lo más curioso de todo es que sin importar qué papel estés jugando en ese momento, tú confías y fluyes junto con ellos sin tener miedo. Cruzar la calle es una aventura, pero la cruzas; viajar en unas de sus bicicletas suena arriesgado y te arriesgas; te subes al coche y te dejas llevar confiando en que ellos saben lo que están haciendo, y lo saben.

Gente amistosa y cercana, que siempre tiene una sonrisa y que nos ven como bichos raros y claro que lo somos para ellos. Muy pálidas, con sombrero, una cámara de fotos colgando del cuello y viendo con ojos de asombro cada rincón, cada palacio, la elegancia con que llevan sus “saris” de colores, sus tatuajes, sus joyas y sus bebes con delineador negro en los ojos que los protege contra el mal de ojo. En un principio creímos que nos confundían con alguien pues se tomaban con nosotros fotos y nos pedían “selfis”, después entendimos: simplemente nos veían distintas.

Lo que más me gustó, que complicado decidir, pero lo tengo claro. Lo que más me gustó fueron sus ojos. Obscuros, profundos, limpios, divertidos con ganas de conocer y de compartir con la gente que su cruza en su camino. Me gustó lo que me hicieron sentir y la felicidad que irradian, es un pueblo con mil problemas y aun así ellos disfrutan, están orgullosos de lo que tienen y lo presumen.

Mucha gente, antes de ir, me dijo: la India es extremista o la odias o la adoras, es un viaje que te cambia la vida. Y yo, ¿qué les digo? soy del grupo de las que la ama, no la entiendo me gustaría saber más, ahora veo más películas de Bollywood que de Hollywood, me hago bolas con sus dioses y sus religiones, aun así tengo claro lo que sentí cuando estuve allá, la paz que me dieron sus lugares, la tranquilidad que experimenté en medio de tanta gente y tanto caos, la magia de estar al otro lado del mundo sin entender ni su abecedario y sintiéndome parte del lugar.

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