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Tecnología, desigualdad y la caída de un sistema

Tecnología, desigualdad y la caída de un sistema

Tecnología, desigualdad y la caída de un sistema

Por Enrique Dans*

Interesantísimo artículo largo del economista británico Richard Davies, anteriormente director de la sección de Economía en The Economist, de muy recomendable lectura para todo aquel que pretenda entender la crisis en Chile y el fracaso de las políticas neoliberales de exaltación del mercado como supuesto mecanismo infalible.

Titulado «How inequality tore Chile’s free market success story apart«, el artículo es en realidad un extracto de su recién publicado libro «Extreme economies«, y habla de cómo el experimento económico de Chile, que comenzó con el acuerdo entre la Chicago University y la Universidad Católica, dio lugar a un grupo de economistas, los llamados Chicago Boys, que terminaron por alcanzar un poder prácticamente omnímodo en el gobierno y la economía del país. Puedes leer una versión resumida del capítulo en un artículo en The Guardian, «Why is inequality booming in Chile? Blame the Chicago Boys«. La gestión de los Chicago Boys generó lo que se calificó como un milagro económico que convirtió a Chile en la primera economía latinoamericana considerada no como emergente, sino como país desarrollado, pero a cambio, situó al país como líder en el coeficiente de Gini, que evalúa la desigualdad. Si consideramos los países de la OCDE, Chile lidera la clasificación de desigualdad, seguido por economías como México, Turquía o los Estados Unidos, y con España situada en el undécimo lugar.

La creencia simplista de que el mercado lo soluciona todo y que las compañías solo tienen que generar valor a sus accionistas fue categóricamente rebatida a finales del año pasado por la Business Roundtable, el lobby empresarial más importante de los Estados Unidos, con 181 CEOs de grandes compañías que representan en torno al 30% de la capitalización total del mercado, que significó un fuerte avance hacia el llamado stakeholder capitalism, que tiene en cuenta no solo a quienes financian a la empresa, sino a todos los constituyentes que la rodean, desde proveedores o trabajadores, hasta a los clientes, la sociedad o el medio ambiente.

Si crees que las protestas en Chile son un caso aislado, que fueron fruto de un episodio aislado generado por la subida del precio del billete de metro, o que se debieron a algún tipo de conspiración, desengáñate. Precisamente acabo de tener la oportunidad de dar clase a un grupo de directivos chilenos con los que pude mantener algunas conversaciones sobre ese tema, y no, no es así: se deben al colapso de todo un sistema de gestión económica en el país que consiguió llevarlo a su máxima expresión como fruto de un experimento fallido evaluado con métricas profundamente simplistas, y para solucionarlo, será preciso aplicar no simples parches, tiritas o subsidios, sino una reconversión importante y decidida de todo el sistema económico.

Como ilustra el artículo de Davies, únicamente los Chicago Boys, muchos de ellos ahora octogenarios, son incapaces de entender qué diablos funcionó mal en su planteamiento, y creen que su fracaso y la actual crisis se deben a algún tipo de envidias o conspiraciones. Si eres de los liberales ultramontanos que siguen defendiendo el sistema, mírate en ese espejo. Chile, en este momento, es el laboratorio al que medio mundo mira, con temor a que protestas similares se extiendan a otras economías desarrolladas en las que los niveles de desigualdad han evolucionado de forma similar. Ahora, las ideas que defienden sistemas para reducir la desigualdad y buscar sociedades más justas ya no provienen de supuestos filocomunistas ni de nostálgicos pro-soviéticos, sino de economistas de prestigio, de The Economist, de la Business Roundtable o del Partido Demócrata norteamericano.

En una sociedad en la que la tecnología permite generar una productividad y una generación de riqueza cada vez mayor, y en la que la sustitución de puestos de trabajo por máquinas capaces de producir más y mejor tiene lugar de manera creciente, solo la construcción de sistemas que permitan un reparto adecuado de ese excedente de riqueza pueden permitir que ese crecimiento se produzca de manera razonablemente sostenible. Si la tecnología eleva la desigualdad, se convierte simplemente en un lubricante que engrasa la pendiente hacia las protestas y el desorden.

El crecimiento de la desigualdad económica hasta límites insostenibles produjo, hace muchos siglos, la caída de la República en Roma. Aprendamos de la historia, que para eso está.

*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons

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