Siempre otra vez
Por Laura Macías
Los sueños son espumas de la mar…
Fernando Delgadillo
Esta era la primera vez que, con el pensamiento, mataba a un hombre. ¿Por qué había tenido que romperse el brazo? Era una absoluta tontería. Bien le había dicho Mónica que su vanidad eventualmente le cobraría o le pagaría después de todos estos años. Y así fue; tan solo llegar a la terapia sintió un hoyo en el estómago. Y ahí estaba él con un pequeño niño de la mano en la misma calle y en el mismo instante que ella después de unos veinte años. Que vulnerable se sintió cuando el pasado se le manifestó de pronto; tal vez para que dejara de quejarse del presente. Hubo un saludo, claro está, las presentaciones de rigor y las miradas inquisitivas que resurgen cuando cualquiera reencuentra a su amor de prepa. El era ese amor del que ni siquiera recordaba por qué terminó, ese amor que no sabía que guardaba en algún lugar del deseo y que ignoraba en algún lugar de la inocencia porque se terminó sin explicación y porque después llegó el matrimonio con otro. Su sonrisa franca trajo todo de vuelta sin aparentes consecuencias. ¿Quién mejor que ella para tenerlo todo siempre bajo control?
Al subirse al coche todo el drama de su matrimonio le cayó encima. Le dolía el brazo, le dolía la vergüenza de sentirse vulnerable y le dolía reconocer que como siempre, y otra vez, deseaba escapar de esta vida. Y entonces mató lo que le quedaba de ese hombre con el que vive entre semáforos y canciones que no le gustaban. Poco a poco, en una agonía lenta y bien planeada como todo lo que ella hace. Lo convirtió en arena en el mar, barrido por las olas y abrumado por el sol; arena que incansablemente llega a la roca para dejar huellas, montículos amorfos de un amor que está pero que ya no te interesa conservar y prefieres acabar con él, aunque sea con el pensamiento. Pero a él, al otro, lo volvió espuma: lo expandió en sus recuerdos, lo dispersó en sus deseos y dejó que se consumiera en su corazón de sueños.