Metodología contra la ausencia, la historia de amores
Durante diez años, madres y familiares de personas desaparecidas en el noreste de México se han unido para crear un espacio y herramientas para buscar a los suyos: AMORES DNL. Su labor no es sencilla, pero están dispuestas a no rendirse.
TEXTO: MARIANA LIMÓN RUGERIO / ILUSTRACIÓN Y GRÁFICO: ALMA RÍOS*
Afuera todo quema. Es verano y las calles están vacías en Monterrey, Nuevo León, una ciudad al noreste de México. La gente sabe que es mejor no salir hasta que el sol baje. Hay 36 grados. Son las 15:30 horas. Aún así, ellas llegan. Con la piel enrojecida, sudando, sin aliento; cargando bolsas, sombrillas o hasta niños: llegan. La más joven parece de veintitantos, pero la mayoría está en sus sesentas. Son mujeres como las que uno encuentra en un supermercado, oficina, lavandería o cruzando la calle. Podrían ser la madre o abuela de cualquiera.
Cruzan la puerta. Adentro el aire acondicionado da la sensación de no funcionar bien. Funciona, pero los miércoles su capacidad es insuficiente por la cantidad de gente que se reúne, unas 50 o 60 personas. En cuanto entran sonríen y se saludan con cariño. Toman agua, sacan algún abanico para refrescarse y conversan, con frecuencia sobre su salud.
Si una se detiene a observar diría quizá que la uniformidad en esta casa podría ser la ausencia. Y tal vez lo es. Pero lo que realmente une a quienes se dan cita aquí es la esperanza. Son las mujeres de la Agrupación de Mujeres Organizadas por los Ejecutados, Secuestrados y Desaparecidos de Nuevo León. Su nombre corto es AMORES DNL.
I
Un caso nuevo
En los días buenos, Maribel Reyes piensa que Tino llegará a casa: escuchará un chiflido, abrirá la puerta y ahí estará su hijo, a salvo. Imagina que le dirá «¡eh, jefa! Aquí estoy, ya no se preocupe, ando bien», después arreglará la llave del lavabo descompuesta y le pedirá unas tortillas de harina recién hechas. Pero ya ha pasado más de un año desde el 12 de octubre de 2018: la fecha de su desaparición. Conforme se acumulan los días, la ilusión se diluye y la incertidumbre la atormenta. Se pregunta, por ejemplo, «¿dónde estará?, ¿cómo estará?, ¿cómo lo tendrán?, ¿qué le harán?, ¿todavía vive?».
Lo último que Maribel supo de su hijo –Vicente Constantino Reyes, de 37 años– fue que tomó la carretera hacia Nuevo Laredo, Tamaulipas, una ciudad tan peligrosa que Estados Unidos la considera nivel 4, esto quiere decir que visitarla conlleva «riesgos potencialmente mortales»; en el mismo nivel se encuentran Siria y Afganistán.
Sentada en una oficina austera –dos escritorios y apenas cuatro sillas–, me lo asegura: pensó que se caería cuando llegó a este lugar. Es miércoles 3 de junio de 2019. Estamos en un espacio, una casa, que es la oficina de la organización civil Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos A.C. (CADHAC). Maribel llegó la primera semana de enero de 2019, desde entonces acude todos los miércoles.
«Me paré al frente, dije mi nombre, el nombre de mi hijo y los datos de su desaparición», recuerda Maribel; su rostro es moreno, de facciones gruesas. Hablar sobre la desaparición de Vicente la pone nerviosa. «Les dije ‘yo me siento sola, completamente sola’. Y me dijeron ‘ya estás con nosotras, ya no estás sola, aquí vas a tener todo el apoyo’. Entonces empezaron a decirme ‘no estás sola, no estás sola’. Sentí que todo me daba vueltas y vueltas en la cabeza, sentía que en cualquier momento iba a caerme».
Lo que Maribel describe es la bienvenida a AMORES DNL. Cuando una nueva persona se integra, entre 50 y 60 madres [o familiares] de víctimas de desaparición la acogen y la ayudan a buscar. Este acompañamiento –jurídico, psicológico y de acciones públicas de visibilización– comenzó hace 10 años, en 2009, cuando un grupo de madres se percató de que la problemática de desaparición en México rebasaba al Estado. Mientras buscaban a sus hijos, se organizaron y comenzaron –sin estar conscientes de esto– una metodología de búsqueda que actualmente es capaz de guiar a otras mujeres que atraviesan por la misma situación.
¿Cómo funciona exactamente?
Para entenderlo mejor: los miércoles las oficinas de CADHAC se convierten en el punto de reunión de AMORES DNL. El grupo es gestionado por madres con hijos e hijas desaparecidas, pero se apoya en CADHAC, quien provee el espacio de reunión y acompañamiento integral.
«AMORES es un espacio donde se encuentran personas que han pasado por una misma experiencia: la desaparición de un ser querido. Aquí se reconocen unas a otras y colaboran en su recuperación», explica Sonia Torres, integrante de CADHAC y acompañante de AMORES desde hace seis años. «También es un espacio de organización que busca visibilizar la problemática de desaparición en México, desarrollar capacidad e impulsar la creación de nuevos mecanismos. Es decir, AMORES busca una nueva institucionalidad que atienda esta problemática social porque cuando el grupo se conformó no existían instancias, leyes, ni mecanismos; el tema no era parte de la agenda del Estado, ni siquiera se reconocía el delito de desaparición».
México, sin embargo, aún se encuentra lejos de esa nueva institucionalidad. En agosto de 2019, por ejemplo, la ONU denunció que al hablar de «la búsqueda de desaparecidos [el país enfrenta] un contexto de crisis humanitaria e impunidad para los culpables».
Además, las cifras indican que la problemática se ha agudizado en los últimos dos sexenios. «Si entre 2007 y 2012, en el sexenio de Felipe Calderón, desaparecieron seis mexicanos al día; entre 2013 y 2014, en el de Peña Nieto, desaparecieron más del doble: 13 al día, de acuerdo a una investigación de Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE y la revista Proceso publicada en 2015.
Andrés Manuel López Obrador prometió darle prioridad a la problemática en su sexenio. El 4 de febrero de 2019, por ejemplo, el presidente acompañado por Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración presentó el Plan de Implementación de la Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas. En el evento también se dio un panorama de la catástrofe: según las cifras presentadas, actualmente hay más de 40 mil desaparecidos, más de mil 200 fosas clandestinas y 26 mil cuerpos sin identificar en México.
En medio de este contexto se inserta el trabajo de AMORES. No es menor: de 2007 a junio de 2019, han recibido 386 casos que equivalen a mil 481 personas desaparecidas. Y, en colaboración con autoridades en Nuevo León y Tamaulipas, han ayudado a localizar a 176 personas [80 vivas y 96 más mediante perfil genético de ADN].
II
Madres que buscan
Cuando AMORES inició actividades comenzaba a encrudecerse la violencia en Nuevo León: se acumulaban secuestros, desapariciones y homicidios. Las desapariciones en el estado no eran un fenómeno nuevo, pero el aumento de las cifras sí. Un informe del Observatorio sobre Desaparición e impunidad explica que lo que sucedió fue una «nueva ola de desapariciones [detonada] con el inicio de la denominada ‘guerra contra las drogas’ iniciada por el Presidente Felipe Calderón».
Remontémonos a enero de 2009, fecha en la que comenzó la agrupación. Las primeras madres que llegaron a CADHAC buscaban a sus hijos, desaparecidos entre 2007 y 2008. Las víctimas tenían algo común: eran policías o agentes de tránsito.
«Mi hijo era policía», cuenta Maximina Hernández, una de las fundadoras de AMORES. Una sonrisa triste se asoma en su rostro moreno, con ojos pequeños y pómulos altos. Desde hace 12 años busca a su hijo José Everdardo, cuando desapareció –el 2 de mayo de 2007– tenía 23 años, hoy tendría 35. «Le habían dado un bono, fue muy televisado: eran 50 mil pesos. Para nosotros ver 50 mil pesos juntos: ¡ay¡, ¿pues dónde? Estaba muy contento, lo premiaron, no lo soltaban los medios. Bien feliz él. Nada más pasó un mes de ese bono y lo levantaron. A veces digo, ‘¿me lo vendieron?’ Tengo muchas confusiones todavía».
Maximina cuenta que cuando José Everardo desapareció comenzó a buscar por cuenta propia debido a la deficiente respuesta de las autoridades: fue todos los días al Palacio Municipal de Santa Catarina durante un año, ella investigaba y llevaba avances o posibles pistas sobre el caso. Después, iba cada 15 días. Confiesa que todavía va cada dos o tres meses, pero ya no pregunta nada: sabe que no habrá respuestas.
La historia de Alicia Solís, otra de las fundadoras, es similar. Su hijo, Marco Antonio Zúñiga también era policía: desapareció el 2 de mayo de 2007.
«Mi hijo tenía una discapacidad: su pierna derecha amputada. Él era policía de la planta de radio, estaba enterado de muchas cosas y conocía la ciudad totalmente. Quizás por eso se lo llevaron», sospecha Alicia, su piel blanca acentúa las ojeras y arrugas de su rostro. Está cansada, recientemente ha padecido bronquitis y colitis; no es nuevo: la angustia permanente con la que vive desde hace 12 años debilita su salud. «Con el tiempo, ya sabe, surgen rumores: que se lo llevaron porque estaba demasiado capacitado en la radio, en manejar armas, en la ubicación de Nuevo León. Que se lo llevaron para que trabajara con ellos, pero él no quería. Y, bueno, supongamos que se lo llevaron y trabajó… ¿Y luego?, ¿qué pasó?, ¿por qué no aparece?, ¿por qué no lo devolvieron?».
La inseguridad en México desde hace décadas acapara titulares, pero en el discurso se han silenciado las voces de las mujeres. La periodista Celia Guerrero lo describe así: «es indignante lo poco que se habla de las mujeres en el contexto de la ‘guerra contra las drogas’. Pese a que son las desechables para uno u otro bando, el eterno botín de guerra, también son las que mejor se articulan […]. Esa mal llamada ‘guerra’ ha atravesado la vida de las mujeres de manera particular y ha repercutido en el actuar político de algunas».
En medio de esos relatos silenciados se articulan la voces de las madres. Ellas buscan. Desconocen el paradero de sus hijas e hijos, a diario se preguntan si seguirán con vida y, si fuera el caso, en qué condiciones se encontrarán. Pero la incertidumbre no las detiene. Recorren múltiples lugares, rastrean e insisten: no se resignan.
Estas son sus voces:
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En México: en el noreste –en Nuevo León y Tamaulipas– AMORES busca. En Jalisco, las madres de Por Amor a Ellxs, buscan. En Sinaloa están Las Rastreadoras. En Veracruz, la Red de Madres buscando a sus hijos. En Guerrero, las Madres Igualtecas en Busca de sus Desaparecidos. Atravesando todo el país, cada año se abre camino la Caravana de Madres Centroamericanas [procedentes de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua]. En total, el Movimiento por Nuestros Desaparecidos registra que en México hay más de 70 colectivos buscando personas desaparecidas.
El fenómeno no es exclusivo de México. En Nigeria, por ejemplo, existe Jire Dole, un grupo que busca personas desaparecidas o secuestradas por Boko Haram. En India, en medio del territorio militarizado de Cachemira, busca la Asociación de Padres de Personas Desapapercidas [APDP]. En América Latina, en Colombia existen las Madres de la Candelaria y en Argentina se encuentran las Madres de la Plaza de Mayo, uno de los movimientos más reconocidos a nivel mundial.
Todas estas madres no solo comparten una desaparición, también las une una identidad política: dejan sus hogares, se organizan y entran al espacio público para exigir justicia.
«[Se trata de un] movimiento de mujeres que ha surgido de la coyuntura política y en medio del terror y el dolor, ha logrado consolidarse como un grupo social de lucha y transformación social y, basándose en su condición de madres, ha entrado al mundo público y político», explica Abril Zarco en el ensayo Maternalismo, identidad colectiva y participación política: las Madres de Plaza de Mayo. «En las Madres, la maternidad ya no implica pasividad; implica lucha, revolución [aunque siga basando esa lucha en las ideas de protección y amor]. La identidad de estas mujeres se reconfigura y adoptan el rol de madres de muy distinta manera».
III
Infancias: las víctimas silenciosas
Una hoja tamaño carta tiene un mensaje que combina letras mayúsculas con minúsculas, las letras son grandes y con trazos desiguales. Lo escribió una niña en marzo de 2019. Lee lo siguiente: «Papá nos daba cosquillas y siempre nos hacía reír mucho. Nos ponía apodos. A mí me decía ‘baby’ y a mi hermana ‘princesa’. De él aprendimos que hay que pensar antes de actuar. Lo recuerdo siempre con una SONRISA». Hay otros mensajes: «mi mamá Cynthia es muy bonita, siempre estuvo a lado de nosotras para cuidarnos», «mi papá era bueno porque quería hacer reír a todos y siempre lo lograba», «de José aprendí que no siempre van a estar las personas que más queremos».
Todos estos mensajes fueron escritos por niñas, niños y adolescentes con familiares desaparecidos. Rebeca Almanza, psicóloga y encargada de las terapias infantiles, cuenta que al realizar este tipo de actividades en terapia grupal surgen múltiples respuestas: llanto, silencio, golpes o síntomas más graves como convulsiones y ataques de pánico.
Estas terapias forman parte del trabajo integral que CADHAC realiza con AMORES. Las y los menores son hijos o hijas [en la mayoría de los casos] de personas desaparecidas y llegan ahí acompañando a sus madres o abuelas todos los miércoles: al igual que ellas se apoyan en sus compañeros para intentar recuperarse y vivir cargando una desaparición.
«Lo que hago es observar necesidades individuales y grupales de los niños, a través de actividades y juego libre», explica Rebeca. «Es difícil: las edades en el grupo van desde los dos hasta los 17 años y no vienen de forma constante. Además, llegan muy frágiles y casi siempre que alguien se integra al grupo no sabe que su familiar desapareció. Al principio, los adultos no les dicen nada a los niños y tratan de evitar el tema porque piensan que es muy difícil decirles la verdad; sin embargo, evadirlo genera mucha angustia, frustración e ideas de abandono».
En 2013, Consuelo Morales, directora de CADHAC, explicó en una conferencia que tras una desaparición las y los niños se convierten en víctimas silenciosas. No se trata solo del proceso de duelo solitario que enfrentan: «Cuando a un niño le arrebatan a su padre o a quien le da el sustento familiar también le trastocan toda la vida. […] Estamos hablando de un impacto indirecto».
La Organización de las Naciones Unidas [ONU] coincide. Según el Informe del Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias [2015]: «Como consecuencia, en el caso de desapariciones forzadas de los padres, muchos de los derechos de sus hijos, incluyendo los económicos, sociales y culturales, se ven afectados. En muchos casos, los niños no pueden ejercer sus derechos a causa de la inseguridad jurídica creada por la ausencia del progenitor desaparecido, lo que obstaculiza el disfrute de sus derechos, en particular a la educación, a la salud, a la seguridad social y a la propiedad».
Además en el caso de los adolescentes, según el documento, aumenta el riesgo de que abandonen sus estudios y busquen trabajo para proporcionar apoyo financiero a su familia. También es posible que los menores eviten ir a la escuela debido a la estigmatización y/o el trauma psicológico, ya que los efectos de la desaparición les producen un «estado de conmoción persistente, de crisis latente y prolongada, en el que la angustia y el dolor causado por la ausencia de la persona amada continúa indefinidamente».
IV
La ausencia: enredada entre la burocracia, el trauma y el estigma social
«A las promesas gubernamentales [del actual presidente, López Obrador] comenzaron a salirles grietas […] El Plan Nacional de Búsqueda aún no ha sido publicado. Lo mismo pasa con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas. No hay plazos, indicadores ni formas de evaluación: el gobierno federal incumple sus propias leyes. De hecho, en los primeros 100 días de existencia de la Comisión Nacional de Búsqueda, desaparecieron 481 personas. El presidente también anunció fondos ilimitados para paliar esta crisis humanitaria, pero […] mientras al fomento al beisbol se han asignado 17.5 millones de dólares y 50 millones más para comprar dos estadios, a la búsqueda de personas desaparecidas se le destinaron 20 millones», escribió Marcela Turati, periodista independiente y co-coordinadora del sitio A dónde van los desaparecidos, en un texto para The Washington Post en Español.
Para las integrantes de AMORES no es nuevo. Saben de promesas incumplidas, de transiciones de poder y de falta de seguimiento a los mecanismos ya implementados.
«Uno de los obstáculos más grandes para el grupo fue el cambio de gobierno, es decir, cuando entró El Bronco [Jaime Rodríguez Calderón, gobernador de Nuevo León desde 2015, con licencia en 2018 porque contendió como candidato presidencial]», cuenta Martha Herrera. Nos encontramos en Pabellón Ciudadano, un sitio de oficinas gubernamentales, Martha está aquí dándole seguimiento al caso de su hijo Ramiro González Herrera. «Fuimos a hablar con él porque queríamos que siguieran las mesas de trabajo [un logro que AMORES consiguió en 2011], pero no sentimos su apoyo: nos dijo pónganse a trabajar, yo les doy trabajo en mi administración y ya olvídense, a mí también me desaparecieron a mi hijo y ya estoy trabajando».
El hijo de Martha, Ramiro González Herrera, trabajaba conduciendo un taxi en la zona metropolitana de Monterrey y fue secuestrado justamente en la base de taxis. Esto pasó el 19 de mayo de 2010. Es decir, Martha ha buscado durante nueve años. Según testigos, Ramiro y uno de sus compañeros estaban esperando pasaje cuando llegaron dos camionetas y una moto y con golpes se los llevaron. La tragedia no terminó ahí: un mes después –el 9 junio de 2010– Martha perdió a un sobrino de nueve años que murió por el impacto de una bala perdida disparada en una balacera a media calle.
Cada persona que pierde a un familiar a causa de una desaparición debe lidiar no solo con la burocracia gubernamental –funcionarios sin empatía, mecanismos muchas veces ineficientes y/o insuficientes o trámites en un lenguaje legal casi incomprensible–, también con los problemas psicológicos derivados del proceso de duelo inconcluso y con el estigma social.
«Vas cayendo en diferentes estados de emoción», explica Martha. «Primero crees que ya lo vas a encontrar, que tendrás noticias de él. Luego piensas ‘¿por qué todavía no? Ya son tres años o cuatro y no habla’. En la familia [duramos mucho tiempo con] los mismos teléfonos para que si él no se podía comunicar a casa, se comunicara con alguien más. [Después pasan] cinco, seis, siete años. A veces atrapan [a los responsables de la desaparición], pero por otros delitos: la sentencia es más corta. A mí me toco ver hasta que salieran [de la cárcel] y no puedes hacer nada».
Todo esto tiene fuertes consecuencias psicológicas. El ensayo académico Efectos en la elaboración del duelo en madres de detenidos desaparecidos de Angélica Pizarro e Ingrid Witterbroodt lo explica así: «[Estas madres son] mujeres en permanente movimiento, transitando por la ciudad en búsqueda interminable del hijo[a] desaparecido[a)] que las mantiene en un estado permanente de espera y de tensión que les impide el descanso psíquico, dañando profundamente su salud mental. La búsqueda […] cobra un carácter existencial en sus vidas y una marca profunda de la herida traumática».
A esto se suman el estigma social y, con frecuencia, nuevas cargas económicas y otros problemas. Según el informe citado de la ONU: «la mayoría de las víctimas de desapariciones son hombres –con frecuencia la principal o la única fuente de ingresos en la familia– y muchos de ellos dejan atrás a sus familias cuando desaparecen. Estos miembros de la familia son generalmente estigmatizados socialmente: […] a menudo excluidos en la comunidad porque sus [desaparecidos] han sido falsamente acusados de crímenes, o porque las personas temen asociarse con alguien que ha sido el blanco de una desaparición».
Norma Luna Martínez es un ejemplo de lo anterior. Llegó a AMORES en 2011 y sigue buscando a su esposo, Édgar Paniagua Zertuche, quien desapareció el 10 de noviembre de 2010 junto a su padre, Serapio Paniagua. Ambos fueron secuestrados en el municipio de Guadalupe, Nuevo León y a pesar de que el rescate fue entregado ninguno de los dos volvió a casa.
«Sé que con el grupo encontré una gran familia [que me apoya]», cuenta Norma. Explica que AMORES para ella es un espacio seguro, en el que se siente respaldada y acogida, pero una vez que sale a la calle las cosas son más difíciles. «En mi realidad, mi día a día, me siento desprotegida. Siento que la carga [de problemas familiares y económicos] es muy pesada. Desde que mi esposo no está estoy desprotegida, me siento sola y creo que eso nunca se me va a quitar. Imposible. A veces digo ‘ya estoy cansada’. Pero al día siguiente me digo ‘no, tengo que hacer muchas cosas’. […] Al principio me quería morir, pero reaccioné por mi hija de tres años. Y aquí estoy. De cierta forma siempre estamos mal: aunque tenemos altas y bajas. También siento que desde aquel entonces me quede seca de expresar cariño: es mucha la tristeza porque la soledad que siento, esa no se va a quitar».
V
Una lucecita, ahí, prendida hasta el final
Un refrigerador vacío la sacó del trance. Acostumbrarse a la ausencia es impensable al inicio:
«De repente, un día, abrí el refrigerador y vi que estaba vacío. ¿Cómo? ¿Por qué nadie ha comprado nada? Y me di cuenta de que nadie [ni yo, ni mi hijo, hija y esposo] salía de la casa. Tras la desaparición de mi hijo todo se había borrado, no existía nada. Eso fue como un golpe para regresar a la realidad. Regresar y empezar de nuevo», recuerda una de las integrantes de AMORES. Prefiere no dar su nombre.
Cuenta que tiempo después se integró al grupo y de a poco comenzó a reconstruir una nueva vida: primero hubo comida en el refrigerador, años después volvió a permitir que le compraran un pastel de cumpleaños y hace poco el pino de Navidad volvió a ponerse en su casa. La reconstrucción de su vida, explica, no hubiera sucedido sin los miércoles.
«Dedicas un tiempo: ya lo tienes destinado», cuenta. «Sabes que los miércoles tienes que venir por dos cosas: por tu hijo y porque te fortaleces. Si no estuviera aquí, estaría encerrada llorando, porque sola no sabes qué hacer, ni a dónde ir: aquí te ubican, te ayudan a entender qué sigue, ¿en qué paso estamos?, ¿de qué se trata una nueva ley?, ¿qué puede pasar cuando se implemente? Es la única manera: venir, informarte, saber qué sigue, qué pasa y estar al pendiente. Lo haces por ti, a lo mejor, pero sobre todo por tu hijo porque si no lo buscas tú, ¿quién lo va a buscar?».
¿A qué le teme una madre que enfrenta una desaparición? Solo a una cosa: a morir sin descubrir el paradero de su hijo o hija. Morir en el limbo de la incertidumbre. Morir sin resarcir la ausencia. Morir sin saber.
Las madres de AMORES llevan 10 años buscando, pero seis de ellas han muerto sin poder acceder a la justicia. En mayo de 2019 murió Justina Morales Bautista, desde 2010 buscaba a su hijo Víctor Armando. Meses después –en julio–, murió Eva Luján quien buscaba justicia por su hijo Gustavo Acosta desde 2011, víctima de ejecución extrajudicial. A ellas se suman Evangelina Arreola, Martha Flores, Florentina Gamboa, Ana María Guzmán.
Estas muertes tampoco las detienen: siguen. Buscan a los hijos de las que ya no están, aunque biológicamente no sean los suyos. Hoy, dicen que son «hermanas del mismo dolor».
Esta década han gestionado reuniones de trabajo con las autoridades, monitoreado e incidido en el actuar del Congreso –nacional y estatal– en materia de desaparición: participaron, por ejemplo, en la Ley de la Declaratoria de Ausencia por Desaparición y desde 2015, han seguido de cerca la Ley General sobre Desaparición Forzada. También se han solidarizado y trabajado con otros colectivos que buscan desaparecidos en México. Han organizado protestas de exigencia, seminarios, foros y reuniones con universidades. A nivel internacional, han dialogado con Michelle Bachelet, Alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos; participaron en el documental Kingdom of Shadows y en 2015, la ONU calificó como «buena práctica» su metodología de búsqueda.
«Llevamos diez años o más en la lucha, diez años de no perder la fe, de no perder la esperanza: seguimos de pie y tenemos que estar aquí hasta saber dónde están, hasta conocer la verdad y la justicia», cuenta Juana Catalina Estala. Su hijo José Cruz Sánchez Estala desapareció el 3 de octubre de 2012 en Reynosa, Tamaulipas, estaba ahí debido a un trabajo de construcción. Lo último que supo de él fue que los marinos inspeccionaron la casa en la que estaba, días después mientras la familia hablaba con él por teléfono, se cortó la llamada y a partir de ese momento comenzó la incertidumbre:
«Hemos tenido obstáculos, pero los hemos logrado superar porque nos apoyamos. Por ejemplo, hace unos meses que tuvimos a una compañera que estuvo muy grave nos estuvimos rolando para ir a visitarla: Justina, que ya falleció. Ahorita a la que tenemos mala es a doña Eva. Nos afecta, nos entristece bastante. Pensamos ‘ella ya falleció y se murió sin saber’. Eso es lo que más me dolería: morir sin saber de mi hijo. Yo quisiera saber y ya, con eso tendría, pero mientras tenemos que luchar, tenemos que seguir adelante, cuidarnos para poder tener fuerzas y acompañarnos unas a otras. Aún así tengo la esperanza: hay una lucecita ahí prendida».
La resistencia sigue.
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