Por Malusa Gómez @marylightg*
Madrid se pintó de blanco y sin duda trajo muchos trastornos y muchos gastos a los madrileños; pero los que no somos, y tuvimos la suerte de estar ahí, gozamos la experiencia de recorrer las calles repletas de nieve, ver gente bailando en la Puerta del Sol o jugando guerritas de nieve en cada plaza o espacio más o menos grande para poder hacer dos bandos y que las bolas cruzaran a toda velocidad de un lado al otro.
Unos días antes, el ayuntamiento de Madrid empezó a tirar sal por muchos lugares, algunos creyeron que era más bien una estrategia para convencernos de que lo mejor en esos días de fiesta era quedarse en casa. El virus y los contagios seguían muy mal y ahora se sumaba la tremenda nevada que al parecer iba a caer.
Empezó con un chipichipi que ni paraguas ameritaba, pero ya se podía ver como las gotitas de agua se iban cristalizando, juntando una buena cantidad de nieve en parques y rotondas. Así empezó y así siguió, subiendo la intensidad hasta que la lluvia fue lo suficientemente fuerte como para convertirse en nevada.
De un día para otro amanecimos con una cantidad de nieve histórica, al parecer desde 1971 no caía una nevada similar. Para salir de las casas hubo que palear la nieve, los coches estaban totalmente cubiertos de blanco casi no se podía reconocer su color original, un montón de árboles caídos, algunos cayeron libremente sobre la calle y otros más intrépidos sobre los coches, vimos uno que con tan mala suerte – para el dueño del coche – atravesó el parabrisas con una rama.
Circular era imposible, la única forma era el metro, pero ¿quién quiere ir por debajo de la tierra cuando arriba hay un paisaje tan increíble y poco común? Se podía pasear, hundiendo las botas – cero buenas para la ocasión pues no eran impermeables – teniendo mucho cuidado pues el resbalón se presentada cada dos o tres pasos y aunque cueste trabajo creerlo poquísima gente se caía, eso sí íbamos como haciendo “brakedance” pero muertos de risa.
No faltaron los locos que sacaron los esquís, las tablas de surf o que simplemente usaron cartones o tapas de basureros para deslizarse calle abajo ante los ojos de los paseantes que en medio de una de las peores crisis que hemos vivido, salieron a las calles – eso sí con su cubre bocas – a disfrutar un día totalmente atípico en Madrid.
El gusto nos duró todo el fin de semana, los dos primeros días parecía que no dejaría nunca de nevar, se juntaba cada vez más nieve en las calles y en las banquetas, se congelaron las fuentes y cada vez que decidíamos salir era toda una odisea, entre la cantidad de ropa que te tienes que poner empezando por el gorrito y yo unos calcetines de plástico que me confeccioné con unas bolsas de basura para evitar que se me helaran los pies, pues mis botas no eran impermeables.
De un día para otro salió el sol, empezó a derretir la nieve o convertirla en hilo, entonces sí el resbalón se puso mucho más peligroso y constante, salimos con saldo blanco ninguna caída, ninguna fractura, sentón o golpe digno de contar. Salieron las máquinas quita nieve y limpiaron las calles principales, empezaron a circular algunos coches y unos pocos camiones, al parecer la cosa se empezaría a normalizar en unos días. Reabrieron el aeropuerto y los trenes volvieron a dar servicio.
Aun así, las calles estaban bastante desiertas, se podía pasear y tomar fotos con mucha tranquilidad, logre tomarle fotos a la Cibeles y a la Puerta de Alcalá sin que se me atravesara ningún coche o algún turista despistado. Caminé Madrid a mi antojo, semivacío, con ese aire tan particular que da el color blanco, con calma, sin prisa, como si las actividades se hubieran suspendido, como si de repente el estrés y la prisa que nos arrolla todos los días se hubiera quedado en su casa esperando que el tiempo mejorara. ¡Una verdadera maravilla!
Nosotros teníamos que regresar a Barcelona y como los trenes se suspendieron, alargamos nuestra estancia en Madrid dos días más. Finalmente logramos comprar boletos, nos lanzamos a Atocha – estación de tren – a las 6:30 am el tren salía a las 7 en punto. Nos subimos muy contentos seguros de que lo habíamos logrado, pero…a eso de las 7:15 nos dijeron que íbamos a salir un poco más tarde, luego a las 7:40 que siempre no, que no íbamos a salir pues una falla eléctrica en no se dónde nos lo impedía. Nos bajamos del tren bastante frustrados, y nos dirigimos a la ventanilla de reclamaciones para cambiar de horario o que nos devolvieran el dinero. Después de 15 minutos de espera, una señorita se acercó y dijo que siempre sí podíamos hacer el viaje que el problema estaba resuelto. Así que nos volvimos a trepar al tren, llegamos a Barcelona sanos y salvos con 5 horas de retraso, pero llegamos. ¡Qué suerte tuvimos de estar en el lugar correcto el día correcto y vivir una nevada histórica!