Lealtad
por Carlos Palafox Galeana
Cada vez que como sociedad nos encontramos ante una serie de problemas complicados, mencionamos como una de las causas, nuestra carencia de valores. Palabra que nos suena llena de contenido, pero que en realidad es totalmente hueca, si no la complementamos con acciones concretas.
Uno de esos valores es la lealtad, como la virtud de cumplir con un compromiso, aun frente a circunstancias cambiantes o adversas. La expresión de respeto y fidelidad hacia una persona, sociedad, soberanía o principios morales. La obediencia de las normas de honor, gratitud, legalidad y solidaridad.
James Carville, estratega político de Clinton, escribió en el año 2000 un libro dedicado especialmente a la lealtad (Stickin´The Case for Loyalty). En él define a la lealtad como uno de los atributos esenciales que toda persona debe tener y exigir de los demás. Atributo que especialmente debe estar presente en las personas que ejercen actividades públicas, a quienes -dice- en aras de la democracia, se les debe exigir que lejos de ser leales a ellos mismos, lo sean con los deseos de la sociedad.
Carville hace referencia al trabajo Loyalty del profesor de la Universidad de Columbia, George Fletcher, quien divide a la lealtad en tres categorías: lealtad a las personas (basada en afectos: amigos, familia, cónyuge); lealtad al grupo de pertenencia (partidos políticos, clubes, empresa), y lealtad a Dios. Asimismo, establece niveles de lealtad. El mínimo que debemos exigir es no ser traicionados. El máximo que podemos esperar es que defendamos juntos una causa común, a capa y espada.
Cuentan que en el año 1189, durante la cruzada a Palestina, el rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León cayó en una emboscada en la que murieron todos sus acompañantes, excepto Guillermo de Pourcellet. Al ver peligrar la vida de su rey, Pourcellet gritó a los sarracenos que él era el rey, por lo que lo apresaron y llevaron ante el sultán Saladino, quien al darse cuenta de la trampa e impresionado por la muestra de lealtad, admitió su rescate a cambio de diez soldados suyos prisioneros de los cristianos.
¿Estaremos por elegir gobernantes por los que ofreceríamos la vida, como Pourcellet? ¿Tendremos candidatos que como gobernantes reconocerán nuestra lealtad ciudadana, como lo hizo Saladino? ¿Somos leales a nuestra sociedad, a nuestro país, a nuestros intereses individuales o a los gritos de nuestros vísceras? ¿Somos una sociedad que persigue sueños comunes o simples seguidores de vendedores mezquinos de espejitos?
Para responder lo anterior, me vienen a la mente tres ejemplos recientes, de un país imaginario, de cuyo nombre no me puedo acordar:
- Un candidato no tiene que aportar ningún dato duro para sustentar sus promesas, pues afirma que las elecciones se ganan con encuestas.
- Un presidente enmudece seis años ante las acusaciones directas de corrupción y aún así pretende la continuidad del sistema.
- Un aspirante presidencial obtuvo la candidatura resquebrajando la estructura histórica del partido político que dirigió, comprometiendo principios ideológicos para lograr su fin personal.
Seguramente ese candidato, ese presidente y ese aspirante no lo serían, si como sociedad tuviéramos la certeza de que en nosotros está no encumbrar a los desleales a nuestro país y a nuestros intereses sociales. No podemos seguir usando el poder de nuestro voto para darle fuerza a quienes no se suman en los hechos a nuestras necesidades y anhelos colectivos.
Vaya que nos hace falta practicar la lealtad y multiplicar las acciones basadas en ella.