Por Mauricio Cervantes*
Fue en junio. Las lluvias aciagas asolaban el sur del país cuando tuve este sueño:
El sol se ocultaba detrás de un cielo amarronado por las nubes. Al descender de la banqueta para atravesar una calle me derribó la fuerza de la corriente. Aferrarme a la defensa de un coche semihundido en el agua fue mi única salvación. Evoqué el sueño mientras uno de mis amigos me narraba el suyo. Él se encontraba dentro de una poza rodeado de una alegre multitud. Sigo pensando en los estragos de las tormentas tropicales y en sus víctimas, aunque a mi amigo lo imagine retozando en el carnaval acuático de los personajes del fresco de Tepantitla, en Teotihuacan, donde vemos a figurillas humanas jugar y nadar en un ambiente idílico rodeadas por plantas acuáticas y por númenes devotos a una diosa que regía las aguas hace 1,500 años. Hay quienes afirman que aquel Tlalocan -el paraíso allí representado- alude al pasado primigenio de la vida. Me inquieta la diversidad de matices que pueden adquirir los arquetipos colectivos: las variables son infinitas entre la vida acuática dentro del líquido amniótico y una inundación. Algunos artistas consiguen plasmar la tensión que radica en la ambigüedad de los extremos, como Carlos Vargas Pons .
No se sabe si los personajes bajo el agua, en sus cuadros, son la imagen de un sueño dulce o si yacen allí sin vida, como la Ophelia ahogada del célebre pintor prerrafaelista John Everett Millais.
A seis semanas de la tormenta tropical Cristóbal, persiste el conteo de los daños a apicultores, agricultores y a la población en general en la Península de Yucatán. Es plausible el esfuerzo de organizaciones civiles y de particulares que, al lado del Fondo de Desastres Naturales, convergen para paliar las pérdidas procurando víveres y gestionando recursos, aunque éstos serán cada vez más escasos ante la escalada de los fenómenos meteorológicos extremos. Desde la ciencia, la academia y las organizaciones ambientalistas se clama para que las instituciones del Estado prioricen con redoblado interés los programas que velan por el medio ambiente. Coinciden en que el buen estado de los humedales, las selvas y los bosques constituye una defensa natural que ayuda a reducir las inundaciones.
El interés por la arqueología me llevó por primera vez al British Museum de Londres, al dar la vuelta el siglo. El pronóstico científico revelado con gráficas e imágenes sobre el devenir de las metrópolis costeras en los próximos cien años me sacudió con escalofrío: importantes ciudades como Londres, Calcuta o Nueva York podrían integrarse al lecho marino, como cuenta la tradición sobre la Atlántida de la antigua Grecia, si bien es en otra latitud -en Oceanía- donde abundan los mitos sobre las tierras cubiertas por la mar. Por esa razón es tan grande en Australia el interés del arte en el cambio climático. Melbourne se encuentra a solo 30 metros sobre el nivel del mar.
Las fibras de mi optimismo se conmovieron al descubrir la urgencia por prevenir la catástrofe, en festivales como la Bienal ART+CLIMATE=CHANGE. La Bienal es una iniciativa de CLIMARTE, organización que aprovecha el poder creativo de las artes para informar, involucrar e inspirar acciones que contribuyan a la preservación de la atmósfera para la cual, desacelerar la emisión de gases de efecto invernadero es la consigna. El comité de CLIMARTE cuenta entre otros con científicos como el Premio Nobel Peter C. Doherty: cabeza de un brillante equipo multidisciplinario. La obra de Yandell Walton es un claro ejemplo de esas iniciativas, y el agua es la protagonista estelar.
En «Ascenso», el mar va inundando las pantallas que convergen en las esquinas de una sala de proyección. De manera espontánea, sobre el video, tres bailarinas improvisaron –para sorpresa de Walton– una lenta secuencia de Butoh japonés, mientras los movimientos se duplicaban con su propia sombra. Otros de los videos de Yandell, como «Sumergida» han salido de los recintos museísticos tradicionales para mostrarse sobre pantallas en escaparates de tiendas de Melbourne, semejando peceras enormes en las que figuras humanas recrean la naturaleza dual de la realidad física y la idea de realidades paralelas como las evocadas por los mitos antiguos. El gesto efímero que capturan estas obras deja patente lo que muchas veces las estadísticas sobre las calamidades naturales no alcanzan a mostrar.
Una de las obras maestras dedicadas al agua en el contexto del cambio climático es el performance «Holoscenes» comisionado a la compañía Early Morning Opera por dos prominentes centros culturales, uno de Florida y el otro de California. La obra fue creada y dirigida por el fundador de la compañía, Lars Jan .
Dentro de una pecera gigante, los personajes -uno a la vez- desarrollan escenas cotidianas como las labores de una mujer limpiando una habitación o un hombre despertando en su cama. El enorme tanque de agua dispuesto en un espacio abierto alcanza una altura de 4 metros de altura y puede verse desde cualquier ángulo. En la velocidad con que el actor debe adaptarse a los 15,000 litros de agua que en un minuto inundan la pecera estriba el vértigo producido en la psique del espectador conmocionándolo con la visión de lo que podría ser el mundo si llegara a cubrirse de agua.
Algunas de las rutinas de la suite «Holoscenes» pueden verse en el canal de Jan Lars de la plataforma Vimeo. Agradezco a él y a los demás artistas, hayan autorizado que sus obras acompañen estas líneas, como una muestra de solidaridad con las víctimas de las inundaciones.
Al igual que en el arte, he rencontrado dosis de esperanza en los proyectos de algunos urbanistas: se vislumbran como realidades utopías antes solo imaginadas desde la ciencia ficción. Un ejemplo está en Oceanix City, un proyecto conjunto de ONU-Habitat y el Centro de Ingeniería Oceánica del Instituto de Tecnología de Massachussets. Se trata de una ciudad flotante, autosuficiente, capaz de producir sus propios alimentos, energía y abastecimiento de agua dulce. Esto podría mitigar las consecuencias del ascenso del nivel del mar, al cual 9 de cada 10 ciudades estarán expuestas en 2050, según reportan sus estudios.
Mientras la marea sube pienso en los estromatolitos: aquellos testigos que representan la evidencia más antigua de vida en el planeta; a ellos se les atribuye la formación de la atmósfera. Sus colonias milenarias se siguen reproduciendo en algunos rincones privilegiados como la Laguna de Bacalar, en la Península de Yucatán o el Lago Thetis, en Australia. Estos microorganismos surgieron en el agua, a donde en alguna versión del mundo, acaso platónica, resultante de la evolución o de la reencarnación podría regresar algún día nuestra especie.
* Artista visual. Premio al Mérito Ecológico 2017
Portada: Cristóbal de de Carlos Vargas Pons