Las criptomonedas y el buen juicio de China
Por Enrique Dans*
La noticia saltó hace cuatro días: China, el país que se calcula alberga al 74% de la minería de criptomonedas, se está planteando prohibir esa actividad.
La Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo (NDRC) del gigante asiático publicó el pasado lunes un listado de sectores de actividad económica que pretende promover, restringir o eliminar, y la minería de criptomonedas estaba entre ellos por carecer de condiciones de producción seguras, generar un importante desperdicio de recursos y ser fuertemente perjudicial para el medio ambiente. La minería de criptomonedas genera un fortísimo consumo de electricidad, y las compañías que la llevan a cabo tienden a situarse en las provincias de China que más dependen de centrales de carbón, en las que el coste de la energía es más barato. Se calcula que esta actividad genera la emisión de entre 3 y 15 toneladas anuales de dióxido de carbono a la atmósfera. Podemos decir muchas cosas de China, pero al menos en este tema, todo indica que tienen mucha razón, y que la prohibición de la actividad está perefctamente justificada.
China también prohibió en septiembre de 2017 la financiación de compañías mediante las llamadas Initial Coin Offerings (ICO) por considerarlas una bolsa no regulada de fraude. Esa prohibición significó el cierre de 88 plataformas de intercambio de ICOs y de 85 proyectos de ICOs, aunque algunos afirman que la norma es relativamente fácil de evitar. La minería de criptomonedas, sin embargo, resulta mucho más fácil de controlar, debido fundamentalmente al elevadísimo consumo de electricidad que genera, que la convierte en una actividad fácilmente localizable.
Las razones de China para prohibir la minería de criptomonedas son, por tanto, muy fáciles de entender: supone un consumo de recursos completamente estúpido. En realidad, una buena parte de la expectación inicial en torno a las criptomonedas se está diluyendo a medida que se intenta su uso: las criptomonedas, como la propia cadena de bloques, se han convertido en un simple valor especulativo sin capacidad de servir para el intercambio de bienes o servicios, están sujetas a fortísimos procesos especulativos y de manipulación de precios en manos de unos pocos, y son fundamentalmente inútiles, debido sobre todo a elementos esenciales de su propio funcionamiento. Incluso aquellas compañías que exploraron su funcionamiento de manera más decidida y obtuvieron más patentes relacionadas, como Bank of America, han dado marcha atrás en sus planes y muestran un nivel de escepticismo cada vez mayor.
Las criptomonedas y la cadena de bloques en su conjunto poseen un mecanismo de consenso absurdamente caro y unas promesas de seguridad total que nunca han llegado a ser reales, porque incluso los mecanismos completamente descentralizados pueden llegar a ser vulnerables si existe un interés suficientemente elevado.
En su estado actual, las criptomonedas y la cadena de bloques son una tecnología sin duda prometedora e interesante, pero que no está superando la prueba del uso. Las cosas podrían cambiar debido fundamentalmente a iniciativas como las protagonizadas por Vitalik Buterin en torno a la idea de sustituir el mecanismo de prueba de trabajo de Ethereum por una prueba de participación como ya han planteado otras criptomonedas, dando lugar así a un ahorro potencial de energía del 99%, pero ni siquiera esto está completamente claro todavía, y únicamente respondería a uno de los retos planteados.
Mientras se resuelven estos problemas, la cadena de bloques y las criptomonedas, a pesar de la enorme expectación y movimiento generados a su alrededor, permanecen como algo con posibilidades aún inciertas. Y que, sin duda, necesita pasar por una importante fase de redefinición.
*Texto íntegro, publicado gracias a licencias Creative Commons