La cambiante evolución del mercado del vehículo eléctrico
Por Enrique Dans*
La evolución del mercado del vehículo eléctrico está tornándose cada vez más interesante a medida que más fabricantes tratan de posicionarse en él, y avanza hacia una posible segunda fase de crecimiento con implicaciones muy interesantes.
En el segmento alto del mercado, el anuncio del lanzamiento del Cybertruck de Tesla ha funcionado sin ninguna duda como un importantísimo dinamizador para un mercado potencial que, en el caso de los Estados Unidos, alcanza los dos millones de vehículos anuales. Lo que en principio parecía una total extravagancia, se ha revelado como un diseño completamente revolucionario que permite combinar un gran atractivo con unos costes de fabricación muy por debajo de lo esperado, lo que lo ha llevado, por un lado, a superar el medio millón de pedidos, y por otro, a que la compañía priorice su fabricación por delante de la de su esperado Roadster.
La razón para esa priorización es clara: mientras el Roadster incide en una categoría relativamente marginal del mercado y que, desde un punto de vista de público objetivo, no aporta gran cosa con respecto a los segmentos en los que la marca ya tenía un importante atractivo, el Cybertruck, en caso de convertirse en un éxito, podría permitirle colonizar un segmento importantísimo e icónico del mercado, fundamental para alcanzar la popularidad masiva en un país como los Estados Unidos.
En el segmento bajo, Volkswagen anuncia sus planes para el lanzamiento de una familia de vehículo eléctricos por debajo de los 22,000 dólares, con un enfoque urbano y, en principio, no diseñados para el mercado norteamericano, que en principio se pensaba que lanzaría bajo la marca Seat, pero que ahora todo indica que mantendría con la marca Volkswagen. Un segmento también muy importante en términos de volumen y que tendría un enfoque fuerte hacia la movilidad asequible.
La movilidad eléctrica permite a los diseñadores de automóviles una libertad creativa muchísimo más elevada y con menos condicionantes frente a unos viejos vehículos con motor de combustión interna en los que ya estaba prácticamente todo inventado, y puede dar lugar a toda una revolución en el mercado que abarque también lo estético.
En realidad, lo que la mayor parte de los analistas parecen prever es que ese progresivo desplazamiento de las ventas de vehículos desde la combustión hacia la electricidad sería un simple estadio intermedio de transición hacia un modelo de movilidad como servicio asentado en el vehículo autónomo – atención a la reciente adquisición de Moovit por Intel, que se une a la que hizo en 2017 de Mobileye y apunta cada vez más al desarrollo del robotaxi; y al anuncio de Volvo de vender vehículos autónomos equipados con Lidar a particulares a partir de 2022 – en el que cada vez más usuarios van a preferir utilizar ese tipo de servicios en lugar de poseer un activo sistemáticamente infrautilizado. Si algo ha dejado claro la reciente pandemia es el potencial y el interés del vehículo autónomo.
A nadie escapa que incluso la perspectiva de sustituir el actual tráfico de las ciudades por uno similar pero con vehículos eléctricos sería un escenario sumamente positivo: incluso aunque el problema del tráfico continuase igual, la pandemia y sus restricciones a la movilidad han llevado por fin a muchos a entender cómo de tóxica era la actual cultura del automóvil de combustión interna, y cómo de importante es ponerle fin lo antes posible si no queremos vivir en ciudades que sistemáticamente envenenan a sus habitantes y los hacen más vulnerables a enfermedades. Incluso en el caso de mercados completamente anárquicos y desorganizados como India, en el que muchos de los llamados e-rickshaws carecen de regulación y son recargados de manera irregular, su uso contribuye sensiblemente a reducir la contaminación en las ciudades, y están ganando adeptos progresivamente.
Por otro lado, el vehículo eléctrico no resulta atractivo para aquellas personas que no disponen de un garaje propio debido a la dificultad que supone en términos de infraestructura de recarga, algo que encaja con los planes que muchas ciudades tienen para racionalizar el uso del espacio, en muchos casos derivados de los planes post-pandemia: ¿tiene sentido que uno o dos carriles en cada calle estén dedicados a espacio de aparcamiento, que en la práctica supone la apropiación de un espacio público para un uso privado? ¿Cuánta calidad de vida podría obtenerse en las ciudades si esos espacios, en lugar de estar llenos de antiestéticas hileras de vehículos privados, se dedicasen a aceras más anchas, a carriles bici, a transporte público o a zonas de carga y descarga?
Por otro lado, la transición a la movilidad eléctrica conlleva también la caída en desgracia de los concesionarios: el mantenimiento de un vehículo eléctrico es muchísimo menor y más barato, lo que difícilmente justifica la existencia de redes dedicadas a ello y que, de hecho, son seguramente uno de los factores que más han desincentivado su adopción. A medida que se genera interés en más segmentos, y que más marcas se inclinan por la venta directa o por la gestión de sus propias flotas, la transición al vehículo eléctrico se acelera más y se convierte en una alternativa cada vez más razonable… y sin duda, mejor para todos.
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