¿Es realmente posible descarbonizar la economía?
Por Enrique Dans*
Un análisis del tamaño de la «economía verde» de los Estados Unidos prueba que, a pesar de los esfuerzos y los subsidios a la industria petrolera y del carbón entregados por el mayor negacionista de la emergencia climática del mundo, los ingresos por ventas y las cifras de empleo en los veinticuatro subsectores económicos que abarcan las energías renovables, la protección del medio ambiente y la provisión de bienes y servicios bajos en carbono, denominados colectivamente «economía verde», suponen más de 1.3 billones de dólares de facturación con un incremento de alrededor del 20% anual, y emplean aproximadamente a 9.5 millones de personas, muchísimo más que el impacto de toda la industria de los combustibles fósiles.
Estas cifras proporcionan un fuerte apoyo al llamado Green New Deal propuesto por varios de los candidatos demócratas a las elecciones presidenciales de 2020: cuando puedes demostrar con cifras que los empleos generados por la economía verde superan en más de diez veces a los creados por el petróleo, muchos de los temores sobre una supuesta pobreza energética o una caída de la economía desaparecen con facilidad. La realidad a la que apunta el Green New Deal, sea planteado en los Estados Unidos o en otras economías, incluida la de mi propio país, España, es que se puede compaginar la sostenibilidad con la generación de riqueza y de empleo, desarrollada en torno a actividades que no nos envenenen a todos ni conviertan nuestro planeta en inhabitable.
Ayer hablaba con una persona a la que considero muy inteligente, y que me confesaba que hace no tanto tiempo, había sido un negacionista climático. Generalmente, tiendo a considerar a las personas inteligentes como tales en virtud no solo de lo que leen o escriben, sino de la manera en que escuchan y, sobre todo, de su capacidad para cambiar de opinión, y en este caso, mi interlocutor, claramente, cumplía estos requisitos. En la conversación surgió la necesidad de plantear la reconversión de la economía mundial no como algo que supuestamente restringirá nuestras posibilidades, sino al contrario, como una oportunidad para un desarrollo mejor, una mayor generación de riqueza, además de un futuro más limpio y sostenible. La gente – con razón – no está dispuesta a comprar un futuro de restricciones, pobreza energética o menos industria, sino que lo que quieren es subirse a un futuro que, además de más limpio, sea mejor.
Dejar de dar soporte a empresas que son perniciosas para la sociedad o para el planeta es algo que resulta fundamental entender que puede hacerse sin que la economía como tal se detenga o se ralentice. Es más, se puede plantear que la economía se acelere. Como el estudio prueba, se pueden generar muchos más empleos y más riqueza en torno a la reconversión de las actividades obsoletas y dañinas que manteniendo esas industrias activas, por mucho que los lobbies que las sustentan pretendan dar a entender. Durante muchos años, el descubrimiento de que podíamos generar energía con algo que simplemente nos encontramos en el suelo nos llevó a un crecimiento económico sin precedentes, aunque para muchos países supusiese una auténtica maldición y para el planeta, un auténtico desastre. También durante muchos años, las compañías dedicadas a la explotación de ese recurso nos mintieron de manera descarada asegurándonos que no pasaba nada, que el problema vendría no de sus actividades sino del fin de estas cuando, supuestamente, se acabase el petróleo. Durante décadas, estas compañías negaron la emergencia climática y sus efectos, y ejercieron una fortísima influencia sobre los políticos de todo el mundo para que todo siguiese igual.
Es fundamental entender que estamos simplemente viviendo una transición tecnológica, de una tecnología obsoleta, ineficiente y compleja como un reloj de cuco hacia otra limpia, cada vez más eficiente y capaz de generar muchísima tracción tanto en el tejido industrial de la generación como en el del consumo. La descarbonización de la economía no significa pobreza, sino todo lo contrario, y como tal hay que plantearla. No hablamos de pérdidas de puestos de trabajo, por mucho que cerrar una central térmica pueda provocarlas en determinados lugares, sino de crear muchas actividades alternativas. La solución no está en prolongar más años las viejas industrias medioambientalmente insostenibles, no está en ser «tecnológicamente neutral» (¿cómo se puede plantear ser «neutral» cuando una tecnología te mata y la otra no?), no está en permitir que se fabriquen vehículos de combustión interna hasta nada menos que el año 2040 o que se construyan y se exploten centrales de carbón, gasóleo o gas hasta todavía más allá, sino en acabar con esas actividades dañinas mucho antes. Lo antes posible. No es un salto al vacío, es la constatación de que la economía verde y limpia puede generar mucha más riqueza que la anterior economía negra y sucia.
Cuanto antes entendamos esto, la posibilidad de plantear un crecimiento económico desmantelando y reconvirtiendo el tejido industrial sucio y promoviendo el desarrollo de alternativas limpias, antes podremos empezar a pensar en soluciones al mayor desafío que la humanidad ha vivido en toda su historia.
*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons