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En el mar, la vida es más sabrosa…que ni qué

En el mar, la vida es más sabrosa…que ni qué
Por Malusa Gómez @marylightg

Después de casi tres meses encerrada en mi casa saliendo únicamente a comprar a la verdulería de mi barrio, recibí la tentadora invitación de ir a continuar el encierro a la playa. Mi primera reacción, casi en automático fue decir que no, me parecía una imprudencia salir, convivir y romper el encierro. Esto no ha terminado y por lo visto le falta mucho y no hay que bajar la guardia, pensé.

Analizando un poco las cosas, llegué a la conclusión que tampoco era tanta imprudencia. Los que me invitaron también llevaban tres meses guardados, el viaje sería en coche y allá nos hospedaríamos en una casa sola sin contacto con el exterior, o el mismo que tenía yo en Puebla, es decir ir a comprar cosas para comer. Le di algunas vueltas más y decidí que era un buen plan, “la capacidad de autoengaño del ser humano es infinita” diría mi amigo el Matador, así que con autoengaño o no, me lancé a la playa.

La carretera bien y con poquísimos coches, llevábamos agua y sándwiches para no tener que bajar ni el Oxxo, un par de escalas técnicas (sin gente) y llegamos. La casa padrísima, las vistas inmejorables y el encierro frente al mar, sin duda un privilegio.

No hacía mucho había estado en Ixtapa. Es un lugar con mucho encanto, pues además de los grandes hoteles (que me chocan) es un pueblo con estilo, muchas tienditas, restaurantes típicos, un tianguis de artesanías, loncherías. No sé, lo siento con más vida real que otros destinos turísticos. Pues todo eso que les digo estaba cerrado, todo sin excepción. Como pueblo fantasma. No había un alma en las calles.

Las playas también están cerradas, las áreas comunes de donde estaba la casa cerradas con todas las mesas y tumbonas retiradas y un letrero que decía “Área cerrada por COVID 19”. Mi hermana y yo salimos todas las mañanas a caminar, recorríamos calles vacías, llegábamos a la marina que estaba repleta de veleros y yates, que solo recibían mantenimiento en espera de que alguien les de luz verde para poder hacerse a la mar. El tiempo se detuvo en la tierra y en el mar, todos estamos igual: “marineros, soldados, solteros, casados, andantes, amantes y alguno que otro cura despistado” canta Mecano, pues así, ellos y nosotros.Ttodos en pausa.

No se si ustedes sean aficionados al sol, yo sí. Así que estas dos semanas  de encierro fueron muy lindas. Cambié de aires, de cielos y vi el mar. Estuve en sana distancia con gente que quiero, cargué pilas y trabajé a la distancia. Insisto, soy privilegiada y muy suertuda.

Por asuntos de trabajo, decidí regresar antes que los demás. Así que los cuestionamientos y las dudas regresaron a mi cabeza. Necesitaba estar en Puebla ya y la única forma era volar. ¿Sería prudente tomar un avión? ¿Conseguiría vuelo? Y un montón de dudas más pasaron por mi mente en cosa de segundos. Ni hablar, necesitaba regresar y esa era la vía más sencilla.

Un solo vuelo al día, y con suerte conseguí lugar. Un avión pequeño de Aeromar, con lo que me chocan los aviones y más los chiquitos, no había opción así que le di “click” y lo compré.

Al llegar al aeropuerto (con mi cubre boca, obvio), me tomaron la temperatura, pusieron un aparatito en mi dedo índice que marca el nivel de oxigenación de los pulmones, me preguntaron dos o tres cosas y me dejaron pasar. Todo esto con su buena dotación de gel antibacterial.

Me encontré con otro pueblo fantasma, un aeropuerto prácticamente vacío, ni el aire acondicionado prendieron. Marcas en el suelo con la imagen de Susana Distancia, la señorita que te atiende ahora está detrás de una mica y todo es sin contacto. Llené un cuestionario diciendo si había visitado otro lugar u otro país antes de estar ahí, si había estado en contacto con alguien contagiado, si había presentado algún síntoma y cosas así. Supuestamente me lo pedirían al subirme al avión, pero nadie lo hizo. Íbamos un pasajero por fila, todos con tapa boca, rociaron quién sabe qué para desinfectar el ambiente y nos ofrecieron gelantibacterial. Sí nos dieron snack, fue un vuelo normal. La llegada a CDMX fue muy rápida, en la terminal dos, no documenté maleta, así que salí rápido y sin ningún contacto humano. Después de tanto sufrir la verdad es que tampoco estuvo nada mal.

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