Bananas
Por Julieta Pérez
Caminaba por Superama empujando el carrito y de malas, pensando en todo lo que me faltaba por hacer, aunque ya eran las ocho de la noche. Delante de mí, un pequeño de unos 4 ó 5 años empujaba también el suyo, pero como no alcanzaba la parte de arriba, lo hacía con esfuerzo por la parte de abajo, tratando de maniobrar.
¿Te ayudo? le dije, pensando en la irresponsable madre que lo dejaba hacer esos esfuerzos y buscando dónde posar mi mirada flamígera y juzgadora. Un poco adelante, un hombre con una bebé en un canguro echaba limones a una bolsa.
¡No, me dijo muy simpatico, yo tengo mi coche y tú tienes el tuyo!
Por supuesto, me paré a hablar con él; amo la frescura con la que los niños dicen las cosas, sin frenos ni tapujos.
Pero está muy pesado, objeté, y todavía vas a comprar más cosas, supongo.
Voy a comprar plátanos y un pan y un jamón y una cosa verde que no me gusta mucho, dijo señalando el brócoli.
Uff, entonces el carrito va a pesar más y más y más, le dije en tono de broma.
Es que mi mamá se murió, me dijo, de pronto un poco serio. Se miró los zapatos. Me quedé sin habla. ¿Qué dices a eso? ¡A un niño de 4 años! El primer pensamiento que cruzó por mi mente, siendo quien soy, fue obviamente FOC DIS, WHY ME.
Me puse en cuclillas para que me viera a los ojos y sólo se me ocurrió decir, ¡eso es muy triste! ¿Te sientes triste ?
Buenoooooo… me contestó, mi mamá está en el cielo, dicen. Y dicen que está feliz PERO creo que estaría más feliz aquí.
¿Quiénes dicen? pregunté. De pronto, dándome cuenta de que el señor de los limones y la cangurera era el papá y estaba atentísimo a toda la conversación mientras llenaba otra bolsa de limones, que después no se llevaría. La pequeña, como de un año, observaba serena el techo.
Las señoras, me dijo muy serio. Y que ahora yo tengo que cuidar a mi hermanita .( Qué manera de echarle una responsabilidad a los angostos hombros )
Tu papá te cuidará a ti y a tu hermanita, sólo se me ocurrió decir. Tú solo tienes que escoger unos lindos plátanos y ponerlos en el carro.
Los plátanos NO SON LINDOS, me gritó, con una risa contagiosa. El pan es lindo porque mi mamá me dejaba apachurrarlo. ¿Tus hijos apachurran el pan? ( Pues sí, pero me enfurezco, pensé. ¿Dónde se ha ido mi capacidad de disfrutar esas tonterías?)
Sin esperar a que le contestara, empujó el carro un poco más allá, en dirección a los plátanos. Soltó el carro y tomó con dificultad una penca, para luego lanzarla sin miramientos al interior. Acto seguido echó dos cebollas y un limón, que por supuesto pasó entre las rejas y cayó al suelo, de donde lo recogió y lo mostró a la solemne hermana.
Me dispuse, medio triste, a seguir mi aburrido y consumista camino, y mi mirada se cruzó con la del papá, que me guiñó el ojo. Caray, me dije, no sé nada de esta vida.