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Abogados, máquinas y el erróneo análisis de la sustitución

Abogados, máquinas y el erróneo análisis de la sustitución

Abogados, máquinas y el erróneo análisis de la sustitución

Por Enrique Dans*

La revista del Consejo General de la Abogacía, Abogacía Española, me pidió un artículo para su nº 108, que han titulado “¿Sustituirán las máquinas a los abogados?”, y en el que precisamente intenté analizar por qué razones el análisis de la posible sustitución de una tarea desarrollada por personas mediante una desarrollada por máquinas es, a mi juicio, erróneo.

La abogacía, como la gran mayoría de las profesiones relacionadas con la justicia, tiene un inherente componente humano que, en el estado actual del desarrollo tecnológico, sería sin duda imprudente negar o relegar al ámbito de la automatización. El desarrollo del machine learning incide precisamente en eso, en una visión de las máquinas que tiende a alejarse de la perspectiva clásica de la automatización, “máquina que ejecuta de manera repetitiva las órdenes que le hemos codificado en forma de variables, condicionales y bucles”, y se aproxima más a la idea de “máquina capaz de aprender y derivar esas reglas a partir del aprendizaje que es capaz de derivar a partir de un conjunto de datos”.

Sin embargo, que las máquinas puedan llevar a cabo tareas cada vez más sofisticadas y reservadas antes para los humanos no implica necesariamente un rumbo de colisión, dado que las tareas desarrolladas por humanos están muy lejos de mantenerse y perpetuarse de manera estática en el tiempo: el trabajo de un abogado, como ocurre con una gran cantidad de profesiones de otros tipos, está muy lejos de parecerse al que desarrollaba un abogado hace algunas décadas: utiliza otro tipo de medios, otros protocolos, requiere otras habilidades, y se apoya en tecnologías y herramientas de una manera sensiblemente diferente. Si un abogado de hace algunas décadas viese hoy trabajar a uno actual, una buena parte de su trabajo le parecería poco menos que ciencia-ficción. Dentro de algunas décadas, el paralelismo se repetirá, y los abogados utilizarán medios, protocolos, habilidades, tecnologías y herramientas que hoy nos parecerían ciencia-ficción, pero que serán las que definan la tarea de un abogado en ese momento.

Las máquinas solo sustituyen al que se niega a avanzar. En la justicia, veremos sin duda crecer la cantidad de casos que son juzgados mediante justicia algorítmica, mediante máquinas que, tras consultar la jurisprudencia, deciden qué casos son homologables a cuáles, toman en cuenta circunstancias de todo tipo que puedan afectar, y emiten un veredicto que, lógicamente, podrá ser sometido a apelación. Un avance que, en virtud del colapso de una buena parte de la administración de justicia, resulta cada día más acuciante y necesario, pero que no podremos considerar una sustitución de abogados por máquinas más allá del hecho de que la instrucción de una inmensa mayoría de esos casos hace mucho tiempo que no debería consumir horas de trabajo de personas, sino de máquinas. Dedicar horas de un profesional a casos tan mecánicos que podrían ser analizados por un simple conjunto de algoritmos es admitir que, en la práctica, ese profesional se está dedicando a tareas puramente administrativas, repetitivas y banales.

Pero más allá de la justicia algorítmica, tendremos otras connotaciones, Desarrollaremos asistentes capaces de llevar a cabo análisis predictivos de una buena parte de los elementos de la naturaleza humana, de recomendar actuaciones en función de determinadas circunstancias, de negociar en función de unos protocolos determinados, o de aliviar una buena parte del trabajo que hoy consideramos, en general, como la peor parte de lo que un abogado hace a lo largo de su día a día, todas esas tareas que, en realidad, enriquecen más bien poco y son consideradas aburridas o penosas. La máquina, en realidad, no quita el trabajo al (buen) profesional, sino que lo libera para llevar a cabo tareas de mayor valor añadido. Así ha sido desde los inicios de la revolución industrial, y existen pocas razones para pensar que no siga siendo así.

Esto implica, lógicamente, un reajuste de las capacidades y habilidades de un abogado. El abogado del futuro hablará con máquinas con la misma soltura con la que habla con personas, y eso no vendrá dado por sus habilidades para programar, porque la misma tarea de programación se habrá convertido, a ese nivel, en algo muy similar a lo que hacemos cuando hablamos con personas. En ese entorno, el abogado seguirá teniendo su papel, sus responsabilidades y su trabajo, aunque su día a día nos parezca alejado de lo que hoy conocemos. Pero seguirá ahí, como seguirán las causas que lo hacen imprescindible. La dialéctica de la sustitución es errónea, y además, dañina por lo que tiende a conllevar de resistencia al cambio. Resistencias que, aunque inútiles a medio plazo dado lo inexorable del cambio, sí pueden retrasarlo e influir en el ritmo del progreso, en la adaptación de los profesionales o en las perspectivas de competitividad de los actores implicados. Negar el cambio implica hacerse enemigo de él, con todo lo que ello conlleva. No, la máquina no sustituirá al abogado, pero los abogados que sepan utilizar máquinas sustituirán a los que no sepan. Eso sí que podemos tomarlo como seguro.

*Texto íntegro, publicado gracias a licencias Creative Commons

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