Rediseñando las ciudades: más palo y zanahoria
Por Enrique Dans*
París anuncia que creará la mayor flota de bicicletas eléctricas del mundo: una decisión polémica tras los muchos problemas surgidos con el programa anterior, que ya fue el mayor y más ambicioso del mundo cuando se lanzó en el año 2007, pero que tras sufrir infinidad de complicaciones y problemas de servicio, había visto su número de usuarios caer desde los 290,000 hasta los 219,000 bajo la gestión del consorcio hispano-francés Smovengo.
El nuevo programa, que complementará al anterior, plantea entregar diez mil bicicletas eléctricas desde septiembre de 2019 – con posibilidad de llegar hasta las veinte mil – a residentes de la ciudad en régimen de alquiler a largo plazo, con un precio de 40 euros al mes y un programa que invita a las compañías a subsidiar la mitad de ese coste para sus empleados. La idea, que cuenta con un presupuesto de 111 millones de euros, es conseguir que se incremente el uso de la bicicleta para los desplazamientos de casa al trabajo y viceversa, que hoy se calcula representan únicamente un 1.6% del total en la región de Île-de-France. Sin embargo, la fuerte popularidad de los patinetes eléctricos introducidos por compañías como Lime o Bird, a pesar de su precio sensiblemente más elevado, hace pensar a los gestores municipales que existe una demanda para este tipo de vehículos si se ofrecen a precios más ajustados.
Las ventas de bicicletas eléctricas, con precios que se calculan entre los 1,500 y los 2,000 euros, representan un total de 250,000 unidades vendidas en Francia, frente a un total de 2.7 millones de bicicletas convencionales. La idea del programa es que los usuarios puedan probarlas en un formato amigable de alquiler a largo plazo, y que un cierto porcentaje de usuarios se anime a adquirir una propia.
El incremento de oferta de medios de transporte para incluir sistemas de este tipo es, sin embargo, tan solo uno de los factores que condicionan el cambio de las ciudades. De hecho, este tipo de programas y muchos otros, como el car-sharing de vehículos eléctricos o la mejora progresiva de las redes de transporte público, representan la zanahoria en una ecuación en la que el otro elemento, el palo, juega también un papel muy importante: incrementar progresivamente las restricciones al automóvil particular, impidiendo la circulación en cada vez más zonas, implantando sistemas de peaje, prohibiendo el aparcamiento en superficie y, sobre todo, eliminando espacio tradicionalmente destinado al automóvil para la creación de carriles para la circulación de bicicletas y patinetes es el otro elemento que puede hacer que cada vez más personas perciban que el automóvil particular, especialmente en régimen de infrautilización, no es bienvenido en unas ciudades que, en muchísimos casos, fueron parcialmente diseñadas en función de su uso generalizado. Podemos elevar la oferta de bicicletas y patinetes todo lo que queramos, pero si utilizarlos implica prácticamente jugarse la vida en ciudades tomadas por unos automóviles que campan a sus anchas acostumbrados a circular con escasas limitaciones y a que todo el espacio en la ciudad es para ellos, seguiremos encontrándonos con una propuesta de valor como mínimo complicada.
Cambiar la fisonomía de las ciudades, restringir el uso del automóvil y hacerlas así más habitables es, sin duda, uno de los desafíos actuales más acuciantes en unas ciudades cada día más insostenibles e insoportables. En París, la alcaldesa Anne Hidalgo ha visto su popularidad erosionarse debido en parte a los problemas del servicio de bicicletas, y ha demandado medidas de emergencia para solventar esas cuestiones y poner en marcha el nuevo esquema. En Madrid, la alcaldesa Manuela Carmena y su equipo intentan poner en marcha un programa de restricciones al vehículo particular en el centro de Madrid que, a pesar de resultar fundamental para el futuro de la ciudad, se encuentra con el inmovilismo de una oposición enrocada ante el cambio y que manifiesta su absoluta incompetencia a la hora de imaginar un futuro diferente para el transporte en las ciudades. El conjunto de medidas adoptadas por Carmena desde que llegó al consistorio madrileño han sido una de las razones fundamentales que han librado por el momento a España de tener que hacer frente a una multa de la Comisión Europea que, según los datos de Bruselas, podría haber llegado a los 2,700 millones de euros, y a la que sí tendrán que hacer frente países como Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Rumanía y Hungría.
Es momento de inspirarse en otras ciudades en muchos casos con condiciones climatológicas adversas que han ido logrando buenos resultados en esa transición, de cambiar de hábitos, de tratar de reducir el volumen total de desplazamientos mediante programas que aprovechen las herramientas tecnológicas disponibles, o incluso de demandar a las compañías que implanten medidas como las duchas en el lugar de trabajo, habituales en otros países, que permitan a los empleados asearse tras su desplazamiento. Son muchos elementos, que deben combinar incentivos con sanciones, mejoras de la oferta e incremento de ventajas unidos a un nivel cada vez mayor de desincentivo de los comportamientos a eliminar. Palo y zanahoria: una dinámica fundamental para tratar de cambiar unos hábitos implantados desde hace generaciones, y que ahora sabemos que resultan completamente insostenibles. No puede dejarse el mayor desafío que tiene la humanidad en su conjunto en este momento simplemente a la voluntad de inconscientes que se niegan a cambiar sus hábitos para prescindir de un nivel determinado de comodidad. Rediseñar las ciudades y el transporte es, cada vez más, una tarea fundamental de cara al futuro. Quien no lo entienda, quien no quiera zanahoria, tendrá que hacer frente al palo.
*Texto íntegro, publicado gracias a licencias Creative Commons