Yo tengo una amiga
Por Laura Macías
En enero y julio del mismo año murieron nuestros padres. Fue un año muy difícil para las dos, en el que descubrimos que la vida te puede cambiar de un día para otro y, aún así, sigue.
Nos conocimos en la Facultad a los 18 años cuando las dos queríamos ser escritoras. Yo me convertí en su “Pepe grillo” y ella en mi guía en una ciudad nueva. Puedo recordarla de muchas maneras en los últimos años: en clase como compañeras, en un restaurante, en casa cocinando, cuidando a su hijo, dibujando, rodeada de alumnos, riendo y llorando. Siempre pienso que nuestras vidas han estado unidas por todo esto y por las coincidencias (se casó el día de mi cumpleaños), desde hace más de veinte años por alguna razón.
No solo nos une el cariño, también nos une el amor por los libros y la literatura inglesa, la pasión por enseñar, la honestidad, la sensibilidad. Ayer conocí algo en ella que no sabía que también me podía enseñar: su mamá murió justo antes del día de su cumpleaños y del día de las madres y aún así sonríe al verme y me recibe con un abrazo como si ella tuviera que consolarme a mi.
Su fortaleza me desarma; la muerte de los padres, como quiera que suceda, nos vuelve más vulnerables, nos pone en perspectiva. Y ella una vez más me guía por la ciudad mientras me cuenta los últimos días de su mamá y lo que hablaron. También habla de lo mucho que la va a extrañar y lo contenta que está de que ella esté ahora con su papá. Pienso que las mujeres valientes deben ser como ella: decididas, risueñas, apasionadas, amantes del destino; y yo la escucho sintiéndome feliz de ser su amiga. Nos reímos a carcajadas de algún recuerdo de la Facultad, pero volvemos al tema de su mamá y esta vez hay lágrimas en su rostro, que me confirman que ella es grande y fuerte como nadie.
