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La comadre Malu

La comadre Malu

La comadre Malu

Por Malusa Gómez
@marylightg

Hace algunos meses me llamó Francis -mi antigua trabajadora doméstica- para pedirme que fuera la madrina de bautizo de “Kimberly”, su hija. De bote pronto le dije “pero Francis si yo soy cero practicante y sin duda la peor para ser guía espiritual de nadie”. Ella, clara y desparpajada como suele ser me dijo “pues sí Malu, pero nadie la va querer tanto como tú”. Me dejó muda y sin argumetos para negarme al madrinazgo.

Así que empecé con los preparativos mentales y a organizarme para cumplir con todas las de la ley, siempre con la cosita y la duda de ¿a qué me voy a comprometer en el futuro? En fin, que dije que sí y había que asumir.

Confieso que lo que más me preocupaba eran las pláticas prebautizmales, pero como todo, se pudo solucionar. Un día nos dimos a la tarea Francis, Kimberly y yo de ir a comprar vestido y todo lo necesario para el gran día. Mi hermana -que es muy creativa- me hizo unos bolos con todos los datos del recuerdo y yo hice bolsas de dulces para los niños.

El siguiente paso era conseguir quien me acompañara al evento, pues Francis no vive en Puebla, sino en una comunidad llamada Rayon, en la sierra cercana a Cuetzalan. Finalmente y porque la vida nos pone a las personas adecuadas en los momentos adecuados, se apuntó a acompañarme mi nuevo mejor amigo Arturo. Sin duda nadie podría haber sido mejor compañero de aventura. Se puso su guayabera y se lanzó conmigo a ese lugar que ni waze sabía bien dónde estaba. Partimos, con indicaciones al vapor y creyendo que ibamos “por aquí cerquita”. Finalmente por pura intuición y un mucho de fe llegamos a Rayón. Las indicaciones siguientes eran que en una esquina nos esperaría alguien en bicicleta para guiarnos hasta la casa, o que cuando vieramos unos bambús y unos globos ya habíamos llegado.

De marcarnos ni hablamos, pues aunque el señor Slim diga que todo México es territorio telcel, Rayón no entra en ese todo México. Del ciclista, como era de suponer, ni sus luces. Una señora nos dijo por donde llegar al Bachillerato – único punto tangible de todos los que se nos proporcionaron – había que dar vuelta a la izquierda, subir y tomar la carretera de terracería. Al parecer todo iba bien hasta la terracería, pues nada más tomarla y avanzar un poquito así de frente y sin salida posible, nos topamos con un par de uniformados armados que hicieron que a mi se me saliera el corazón. A Arturo mas cool que yo lo hizo decir “pon los seguros y acelera” dos básicos que a mi corazón acelerado y mi cerebro desconectado no se le habían ocurrido. Y es que las cosas en este país no están para esos encuentros.

En fin, no pasó nada. Y unos metros más adelante encontramos la casa. Nos recibieron con tortillas hechas a mano, gorditas con salsa de molcajete y café de olla y la niña lista para que la madrina, es decir yo, la vistiera para el gran día. Y entonces sí, sin que Arturo y yo lo supieramos, empezaba el recorrido real de kilómetros. Resulta que el bautizo era a una hora de Rayón, pues ahí encontraron iglesia que no les exigiera estar casados, asi que agarramos rumbo a Veracruz sin saber si la hora que decía Francis era calculada en coche, camión o bicicleta. El pasisaje era inmejorable, pasamos por unos ranchos increibles y vimos cualquier cantidad de plantas exóticas, frondosas y de todos los tonos de verde.

Finalmente llegamos a Progreso, la iglesia era mona normal, pintoresca y con sus santos con pelo de verdad como suelen ser las iglesias de pueblo. El bautizo también fue normal, hicimos el comprimiso de cuidar y guiar a Kimberly por el camino del bien y tantán, emprendimos el regreso. Como es costumbre, a la madrina se le regala un guajolote completo con su buena cantidad de mole. Ahora tendré que organizar otra fiesta para comerlo y seguir con la tradición de ser compartida y generosa como fueron conmigo todos, empezando por Arturo -mi nuevo mejor amigo – hasta Francis y sus vecinas. Al despedirnos, Francis me dijo “adios Malu, ¿o ya mejor te digo comadre?

 

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