Por Malusa Gómez*
Cuando una es tragona, como es mi caso, la comida juega un papel importantísimo obviamente en la vida diaria, pero sobre todo a la hora de planear viajes y visitas. Aunque en Barcelona ya no estoy ni de viaje ni de visita, cuando llegué me di a la tarea de investigar y visitar los mercados. Y descubrí que no solo son lugares llenos de cosas deliciosas y que están impresionantemente bien montados, sino que, han estado presentes a lo largo de toda la historia de Barcelona y que siempre han sido actores principales.
El primer documento que demuestra la existencia de un mercado es del Siglo X. Están tan bien pensados y distribuidos, que se puede decir que a ningún barrio de Barcelona le falta un mercado.
Los mercados son integrantes de la geografía urbana y, como se deberán estar imaginando la arquitectura modernista también llegó a ellos, la utilización del hierro con grandes estructuras son una de sus características. Existen 39 mercados en los que se venden comida, aun no visito todos, pero me lo quedo de tarea.
Su principal vocación es la de surtir comida a locales y visitantes, por sus pasillos se puede encontrar casi de todo. Obviamente frutas, verduras, carne, pescado y unas charcuterías de sueño; pero también hay puestos de ropa, zapatos, libros, utensilios de cocina y como siempre ―en este país― más de un bar para tomar un café, una cerveza o un vermut dependiendo de la hora a la que acostumbres ir a hacer la compra.
Me atrevería a decir que el mercado más visitado por los turistas es el de la Boquería, ya que está en las Ramblas que sin duda es uno de los puntos más importantes y concurridos de la ciudad. No es un mercado pensado solo para los turistas, los lugareños que viven en la zona lo frecuentan para comprar su comida, es un lugar muy interesante, en él se puede ver de todo: lugareños, turistas y sobre todo algunos productos exóticos como chiles habaneros que no podrías encontrar en otro mercado.
Barcelona fue una ciudad amurallada, en aquel tiempo el mercado se instalaba en la Explanada de Pla de la Boquería, pero no como se conoce ahora, era un tianguis ambulante al aire libre y que estratégicamente lo ponían fuera de la muralla para ahorrarse así el pago de impuestos. A lo largo de la historia fueron sucediendo cosas en ese lugar, como por ejemplo un incendio y, fue en 1840 cuando se inician las obras para techarlo y crear un espacio permanente y en mejores condiciones.
Santa Caterina, La Liberta, el Mercado de Sarriá son algunos otros que están bien puestos y muy bonitos, pero mi consentido y al que suelo ir es al Mercat de Sant Antoni (Mercado de San Antonio) es una verdadera belleza, no me canso de recorrer sus pasillos, perderme entre sus puestos, escuchar las conversaciones, observar a sus personajes. El primer intento de todos los vendedores es hablarte en catalán, cosa obvia pues es su idioma, pero no tiene ningún problema por seguir la conversación en español, es muy normal que te digan guapa y se despidan amablemente con un “adeu” tan suyo. Es gente muy simpática, pero eso sí como diríamos en México “si no compra no mallugue”, no te dejan escoger lo que vas a llevar, ellos te lo ponen según tus indicaciones, pero nada de manosear la mercancía. Los domingos en la parte de afuera tienen un mercado de libros usados, discos o vinilos como les dicen ahora.
La ubicación de este mercado fue planeada en su momento para abastecer a los viajeros que entraban o salían de Barcelona, cuando se derribó la muralla y se planeó la expansión de la ciudad, en 1879 el arquitecto Antoni Rovira i Trias presentó un proyecto y dio vida al primer mercado a las afueras de la ciudad. Hoy Sant Antoni está más bien en una zona bien céntrica de Barcelona, muy cerquita del famoso barrio del Raval tan multicultural, tan colorido, en el cual puedes ver de todo y escuchar idiomas que por lo menos a mí me cuesta trabajo identificar.
El Raval, hoy sinónimo de cultura, de bares, música emergente y gatos gordos. Surge a mediados del siglo XIV durante una epidemia de peste, se hizo una nueva muralla para proteger a la ciudad de las calamidades. Ahí se concentraron los negocios de mala reputación, los indeseables ya fueran por su trabajo o porque tenía alguna enfermedad contagiosa. También se le conocía como Barrio Chino.
Durante la Guerra Civil y el Franquismo tampoco tenía muy buena fama, fue para la preparación de las Olimpiadas de 1992 que le dieron una arreglada tanto física como moral, hoy el Raval es una zona undeground donde se mezclan, culturas, idiomas, sabores, olores, atuendos. No me atrevería a decir que sea una zona calmada y super segura, pero poniendo atención y disimulando la cara de turista se puede pasear, disfrutar de sus bares y sus miles de lugares.
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