Por Enrique Dans*
La idoneidad de las apps de seguimiento de contagios, o digital contact tracing, de cara al control de una pandemia como COVID-19 está completamente fuera de toda duda, y tiene la posibilidad de contribuir a ese fin de manera mucho más sistemática y certera que su alternativa analógica mediante el uso de rastreadores humanos, además de no ser excluyente, poder utilizarse de manera complementaria, y no precisar de implantaciones masivas para ser efectivas.
En consecuencia, son muchos los países, oficialmente treinta y tres, que han lanzado iniciativas para el desarrollo de apps de este tipo basadas en distintas tecnologías y protocolos, esperando ser capaces de avisar a sus ciudadanos de cuándo han podido estar expuestos a la infección y reducir las tasas de contagio.
Sin embargo, la oportunidad de la tecnología de demostrar sus posibilidades con implementaciones exitosas no está llegando: en Japón, la app Contact-Confirming Application (Cocoa), creada por ingenieros de Microsoft siguiendo el marco de desarrollo de Apple y Google, ha sido instalada únicamente en 7.7 millones de dispositivos en un país con una población de 126 millones de personas, y ha reportado únicamente veintisiete casos. En Italia, un país de 60 millones de habitantes, su app, Immuni, lleva tan solo 4.2 millones de descargas. En Australia, tras una desarrollo de 49 millones de dólares plagado de problemas, no ha identificado a ningún paciente que no hubiese sido previamente identificado por otras vías. En Francia, StopCovid tan solo ha sido descargada en 2.3 millones de ocasiones en un país de 65 millones de habitantes, y está siendo reescrita para mejorar sus controles de privacidad. La primera implantación del Reino Unido ha sido calificada como un desastre, y está ya en su segundo intento. La app india, Aarogya Setu, se convirtió, con cincuenta millones de usuarios en trece días, en la implantación tecnológica más rápida de la historia superando a Pokemon Go, pero ha recibido críticas por sus problemas de seguridad.
¿Por qué una tecnología sin demasiado misterio y que podría haberse desarrollado reuniendo experiencias y capacidades de países de todo el mundo, está teniendo problemas de todo tipo y fragmentándose en infinidad de desarrollos locales, que dificultan un seguimiento de la pandemia y de sus contagios a nivel global? Con la excepción de la Unión Europea, que ha intentado estandarizar un protocolo que permita el seguimiento entre fronteras por el momento con escaso éxito, el mundo no ha conseguido ponerse de acuerdo ni siquiera para hacer una app, a pesar de iniciativas como la del gobierno de Singapur publicando el código de la suya.
¿Qué lleva a que una tecnología como esta esté teniendo, en un momento de auténtica urgencia por detener una pandemia, tantos problemas de implantación? ¿Por qué, cuando la tecnología es capaz de responder adecuadamente al planteamiento de un problema, son cuestiones como la privacidad, retrasos imperdonables o absurdos problemas administrativos los que impiden una explotación adecuada?
El fracaso de las apps de seguimiento de contagios en distintos países del mundo deja clara una cuestión: no es la tecnología, somos nosotros. Son infinidad de problemas y complicaciones absurdas, fronteras sin sentido (el virus no las respeta) y conflictos de intereses los que impiden que seamos capaces de hacer algo aparentemente tan sencillo como saber con quién hemos estado en contacto, a cuánta distancia y cuánto tiempo, para estimar con ello una probabilidad de contagio y hacer unas recomendaciones. No tiene absolutamente ningún sentido que sea así.
Desde febrero de 2020 sabemos que estamos ante una pandemia. Tendría que haber sido tan sencillo como desarrollar una app, distribuirla a nivel mundial, y ponernos a utilizarla todos inmediatamente. En el estado de madurez tecnológica de la humanidad, debería haber sido una cuestión trivial. En su lugar, tenemos un desastre que lleva a que en muchos países no se haga nada, en otros se haga mal, a que se lleven a cabo un montón de absurdos desarrollos redundantes con mucho más gasto del necesario y sin oportunidad para el aprendizaje conjunto, y a tener millones de contagios que podrían haber sido fácilmente evitados.
Si tu país tiene una app oficial, instálatela YA. No esperes a que sea perfecta, a que su código sea público, a que reciba todos los parabienes de los críticos o a que tenga todas las garantías de privacidad. Instálatela, sin más. Son apps sencillas, que no necesitan que hagas nada más que instalarlas. No son mágicas, pero indudablemente, funcionarán mejor cuantas más personas las tengan instaladas. Ya tendrás tiempo de protestar por sus problemas o de plantear mejoras. Que sí, que cualquier cosa desarrollada con dinero público debería ser de código abierto, de acuerdo. Que por supuesto, que debería asegurar una protección efectiva de la privacidad. Pero dejemos de poner problemas a todo y de criticarlo todo, y pongámonos de acuerdo, como mínimo, para evaluar la probabilidad de que estemos infectados en función de lo que hacemos en nuestra vida cotidiana.
Que la lucha contra una pandemia es una cosa muy seria, y sin embargo, entre todos estamos consiguiendo que parezca el maldito camarote de los hermanos Marx…
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*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons