Por Enrique Dans*
Un artículo en Financial Times, «This is how class wars start«, contrapone la forma en la que los ricos en los Estados Unidos solucionan los «problemas del primer mundo» derivados de la pandemia, con campamentos de verano organizados privadamente por varios miles de dólares para que los padres puedan disfrutar de un tiempo sin sus hijos o carísimas soluciones para recibir clases en casa, con los problemas del 40% de las personas que viven de alquiler y que, en plena crisis derivada de la pandemia, afrontan ahora el riesgo de ser echados de sus casas.
La desigualdad en las sociedades humanas amenaza con convertirse en un problema que amenaza su propia existencia, y más aún después de una pandemia que, en general, ha contribuido a exacerbar esas diferencias: los fundadores de Amazon y Facebook, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, por ejemplo, están entre los más ricos de los aproximadamente 640 multibillonarios estadounidenses que colectivamente disfrutaron de un incremento de más de 713 mil millones de dólares en sus fortunas en los cuatro meses posteriores al confinamiento que comenzó alrededor del 18 de marzo.
Durante ese mismo período de cuatro meses, alrededor de 154,000 estadounidenses murieron de coronavirus, y 50 millones perdieron sus empleos. Uno de cada diez estadounidenses encuestados a principios de julio afirmó que no tenía suficiente para comer, y cuatro de cada diez inquilinos en viviendas de alquiler aseguraron tener problemas para hacer frente a su pago.
Como afirma el artículo del Financial Times citando una frase comúnmente atribuida a Jean-Jacques Rousseau, “cuando la gente no tenga nada más que comer, se comerán a los ricos”. Las sociedades capitalistas, que tenían ya de por sí una tendencia a la concentración de la riqueza, han visto como el desarrollo de la tecnología incrementaba la desigualdad hasta límites que jamás habíamos visto en la historia, debido no tanto a las habilidades de esos billonarios para amasar esa riqueza o para crear un nivel de riqueza mínimamente comparable para la sociedad, sino fundamentalmente debido a la ausencia de políticas que racionalizasen esa acumulación sin límites.
En países como Chile, seguramente la economía del mundo que siguió con más fidelidad las políticas marcadas por la Escuela de Chicago, el gobierno parece empezar a convencerse de que los levantamientos sociales que demandan políticas que pongan fin a la creciente desigualdad no son algo pasajero ni que se solucione simplemente esperando, y comienzan a insinuar algunas medidas ecualizadoras.
En otros países mucho más pobres, como Bangladesh, recientemente castigada por inundaciones en una cuarta parte de su territorio, se escenifica además una dura paradoja: los que más duramente padecen los efectos de la emergencia climática son, precisamente, los que menos contribuyen a ella. No es mala suerte, no es ausencia de méritos, ni algo que podamos despachar con un simple «si quieren más, que trabajen más»… es, simplemente, un problema estructural. Las sociedades humanas deberían ser capaces de solucionar los problemas de sus integrantes. Si no es así, ¿cuál es la ventaja de vivir en sociedad y de respetar sus reglas?
El futuro cercano va a estar, sin ninguna duda, marcado por una intensificación de los desastres naturales, que afectan de manera desmedida a los más pobres, al tiempo que el desarrollo de la tecnología sigue incrementando la desigualdad. Migraciones forzadas por la climatología, mayor desempleo derivado de la creciente automatización, escasez de recursos derivada de la inviabilidad de determinadas cosechas… en esas condiciones, un escenario de desigualdad creciente se convierte, sin duda, en la mayor amenaza de la civilización humana.
Piénsalo. Ninguno de los enlaces que he utilizado proviene de publicaciones reconocidas por su afinidad izquierdista (más bien al contrario, desde el Financial Times o Forbes hasta The Wall Street Journal o el MIT Tech Review), y estás leyendo este artículo en la página de un profesor en una escuela de negocios, no de un peligroso activista radical. Si no eres capaz de llegar a esas conclusiones por una simple cuestión de solidaridad, plantéatelo al menos como puro instinto de conservación. O hacemos algo con respecto a la desigualdad, o tenemos un serio problema de viabilidad.
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*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons