Las grietas del sistema económico ante una crisis
Por Enrique Dans*
Con cada vez más países del mundo sometidos a políticas de confinamiento para evitar la transmisión del coronavirus, crecen cada vez más las preocupaciones con respecto a la gestión de la crisis económica que resulta de un frenazo tan importante de la productividad. Sobre todo, preocupan los impactos de esta recesión sobre sectores de la economía incapaces de soportar un parón de ingresos de varias semanas en su actividad: negocios pequeños que van desde bares y restaurantes, hasta peluquerías y establecimientos de todo tipo. O, simplemente, las economías domésticas de muchas familias.
Los gobiernos intentan desesperadamente dictar medidas de contención: aplazar los pagos a la administración, prohibir los despidos, promover expedientes de regulación temporal de empleo, moratorias en las hipotecas… pero la evidencia es clara: estamos intentando tapar las cada vez más numerosas grietas de un modelo económico insostenible aplicando políticas de subsidios temporales, el equivalente de intentar parar una hemorragia con tiritas.
Una crisis económica mundial provocada por un fenómeno tan intrínsecamente global como una pandemia es el momento perfecto para plantearse un análisis detallado de nuestro modelo económico. Un modelo que, tras décadas de fuerte crecimiento e incrementos constantes de la productividad, ha dado sin embargo lugar a una fortísima desigualdad, que mantiene a grandes segmentos sociodemográficos de la población en una situación de intensa vulnerabilidad. Las epidemias revelan la verdadera esencia de las sociedades a las que golpean. El esquema ha sido despiadadamente claro: a medida que hemos hecho nuestro tejido productivo cada vez más eficiente, cuanto más hemos aprendido a apalancarnos en la tecnología para generar más riqueza, más desigual ha sido el reparto de la misma. En algunos países, ese desequilibrio ya ha provocado estallidos de inestabilidad social, y la tendencia es a que esas crisis se repliquen en cada vez más entornos.
En los estados con políticas más sociales, estas se han centrado en tratar de prevenir los problemas cuando estos tienen lugar: tratar de compensar con un subsidio de desempleo a la persona que lo pierde, aplazar sus cotizaciones sociales, ofrecerle préstamos con tipos de interés bajos, etc. Sin embargo, los subsidios son una solución incompleta y defectuosa, y que, sobre todo, evidencia sus carencias cuando tratamos de dimensionarla en caso de crisis económica global.
Una sociedad cada vez más desigual es una sociedad enferma e insostenible. Mientras yo me confino en una casa grande con jardín, sigo percibiendo mi sueldo íntegro y, además, puedo seguir dando mis clases o manteniendo tres o cuatro reuniones al día con cierta normalidad mientras hago la compra por internet, hay un porcentaje muy significativo de la población que se encuentra encerrada en apartamentos pequeños o compartidos, posiblemente con niños, que deja de cobrar de un día para otro porque no puede ir a trabajar, que no tiene ahorros, que no tiene ordenador en casa y que no tiene ni idea de qué diablos va a vivir el mes que viene.
¿Tiene sentido que fenómenos globales o locales como una pandemia o un desastre natural, por otro lado cada vez más frecuentes debido a la creciente desestabilización del clima provocada por la irresponsabilidad humana, tengan el efecto inmediato de sumir en la incertidumbre económica a un porcentaje significativo de la población? ¿Tiene sentido seguir intentando paliar con paquetes de medidas coyunturales y subsidios una situación que cada vez es más estructural?
La respuesta es clara: necesitamos replantearnos nuestro esquema económico para que, en una sociedad capaz de generar cada vez más riqueza, no surja la paradoja de tener cada vez más personas en riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza. Y la única manera razonable de hacerlo es reestructurar los sistemas basados en subsidios para hacerlos evolucionar hacia sistemas no condicionados, hacia esquemas que proporcionen a todas las personas un nivel de ingresos suficiente como para asegurar que no se sitúen por debajo de ese nivel. Tenemos que ser capaces de generar un modelo social que considere la renta básica incondicional como un derecho inalienable, como una red de seguridad que impida que, incluso en casos como un desastre natural o una crisis económica global, cunda en amplios segmentos de la población la incertidumbre sobre su futuro y viabilidad económica.
Un sistema que consiga que veamos como algo natural que todos los meses, independientemente de que lo necesitemos o no, recibamos un ingreso del estado suficiente para mantenernos por encima del nivel de la pobreza, sabiendo que en la mayor parte de los casos, al menos en los países desarrollados, la gran mayoría de la población devolverá esa renta básica – y algo más – en su pago de impuestos. La única manera de organizar una sociedad cada vez más productiva y más capaz de generar riqueza gracias a la tecnología es creando los sistemas para que nadie en ella caiga por debajo del nivel de la pobreza, pase lo que pase, sea un desastre natural o una pandemia. De repente, en los Estados Unidos se plantean la posibilidad de enviar mil dólares a cada ciudadano para evitar la crisis económica derivada del coronavirus: si habitualmente justificábamos la necesidad de enviar dinero a las personas en el largo plazo debido a avances tecnológicos que iban dejando sin trabajo a más y más personas, ahora necesitamos justificarlo también en el corto plazo, debido a la incertidumbre económica que genera una circunstancia como una pandemia.
No caigamos en trampas populistas: una renta básica incondicional es eso: renta, básica e incondicional. Si coyunturalmente enviamos dinero a los necesitados, eso no es una renta (porque no es periódica y permanente, sino temporal), no es básica (porque no permite situarse sobre el nivel de la pobreza de manera sistemática), no es incondicional (porque tienes que cumplir determinadas condiciones para recibirla), y muy posiblemente tenga otras motivaciones, como tratar de sesgar el voto hacia un candidato determinado. Se ha hecho previamente en muchos países, y ha redundado sistemáticamente en más pobreza para todos. Una renta básica incondicional funciona porque toda la sociedad lo ve como una parte del contrato social, independientemente de que muchos terminen devolviendo esa renta en forma de impuestos porque, sencillamente, no la necesitaban. Todos la reciben sin condiciones, todos pueden plantearse recurrir a ella en cualquier momento si cambian sus condiciones, y para todos actúa como red de seguridad que impide que, ante cualquier circunstancia, puedan caer bajo del nivel de la pobreza.
Los subsidios, los paquetes de medidas, las medidas populistas y otras tiritas no sirven, ni a corto ni a medio plazo. Lo que nos salvará como sociedad será el replanteamiento de nuestro sistema económico global en torno a la renta básica incondicional.
*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons