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Trabajar menos no parece una mala idea

Trabajar menos no parece una mala idea

Trabajar menos no parece una mala idea

Por Enrique Dans*

Es una tesis sostenida desde hace mucho tiempo: en un contexto en el que el desarrollo de la tecnología posibilita niveles de productividad cada vez más elevados y en donde la automatización destruye sistemáticamente más trabajos de los que crea, la idea de trabajar menos horas no parece una mala idea.

Las estadísticas de la OCDE sobre horas trabajadas en distintos países del mundo, lideradas en la parte inferior de la distribución por países tan desarrollados como Alemania, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Islandia, Suecia, Austria, Francia y otros, dejan lugar a pocas dudas. El análisis de este tipo de tendencias hacia la restricción de las horas de trabajo ha protagonizado recientemente interpretaciones erróneas, como la que afirmaba que la nueva primera ministra de Finlandia querría ver jornadas laborales de seis horas o semanas de cuatro días, rápidamente desmentida y calificada como fake news desde el propio país nórdico, prueban que existe un amplio interés y debate en torno al tema. Experiencias como las de Microsoft han comprobado que dar un día libre más a sus trabajadores como una semana de cuatro días con fin de semana ocioso de tres genera más productividad, mayor satisfacción, menores costes en electricidad o papel, y menos estrés. La idea de ser más productivo trabajando menos, decididamente, parece muy interesante.

Un paper del año 2018, «Working Hours and Carbon Dioxide Emissions in the United States, 2007–2013« (Fitzgerald, J., J. Schor and A. K. Jorgenson), disponible en texto completo y que utiliza una metodología, datos de panel, con la que tengo una gran familiaridad por haberla utilizado bastante anteriormente, analiza datos de horas trabajadas en los 50 estados norteamericanos frente a emisiones de dióxido de carbono, y concluye que la reducción del tiempo de trabajo puede representar, de manera altamente significativa, una política de dividendos múltiples capaz de contribuir no solo a mejorar la calidad de vida y a reducir el desempleo, sino también a la mitigación de emisiones nocivas.

A la idea de trabajar menos horas, se unen otras propuestas, como las de convertir esas jornadas en propuestas más flexibles, más adaptadas a las necesidades y preferencias del trabajador, o con posibilidad de desarrollarlas en remoto, y se asocian con la posibilidad de incluir esas propuestas como una alternativa sobre la que cimentar todo un nuevo sistema económico con capacidad para responder a los retos que plantea la emergencia medioambiental. Un movimiento que muchos califican de utópico, y que plantea un decrecimiento consciente e intencionado de la economía para abordar la emergencia climática y dar lugar a una sociedad con menos posesiones, menos trabajo, pero más bienestar. Hay un punto más allá del cual deberíamos poder definir que las sociedades humanas tienen ya suficiente, y las evidencias científicas indican que un mayor crecimiento económico y acumulación de bienes no solo se convierte en un evidente desperdicio, sino también en algo claramente perjudicial para el medio ambiente. Un decrecimiento económico que sería necesario para llevar el consumo y la producción a niveles que satisfagan tanto la sostenibilidad ecológica como la equidad global, y que podrían plantearse si logramos tener en cuenta y distribuir adecuadamente sus costes económicos, políticos y sociales.

Trabajar menos horas y empezar a eliminar el estigma social relacionado con esa idea, que proviene de bases ancestrales religiosas («ganarás el pan con el sudor de tu frente») y de un esquema económico sencillamente insostenible, puede ser una buena manera de aproximarse a esa cuestión. ¿Viable? ¿Utópico? Despolitizar ese debate y llevarlo a bases estrictamente tecnológicas, económicas y científicas es, seguramente, la manera de progresar en él.

*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons

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