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Más dispositivos no implican más inteligencia

Más dispositivos no implican más inteligencia

Más dispositivos no implican más inteligencia

Por Enrique Dans*

Me gustó el título de un artículo en The Next Web, «Your home isn’t smart, it’s just connected — here’s why«, porque reflejaba exactamente cómo me siento tras ya unos cuantos años de investigar sobre la adopción de las llamadas «tecnologías inteligentes», o todo eso que se ha dado en llamar «smart home». En realidad, estoy completamente de acuerdo con la tesis del artículo: que tengas tu hogar lleno de dispositivos de todo tipo puede convertirlo, sin duda, en algo que podríamos calificar de «hogar conectado», pero en modo alguno alcanza la calificación de «hogar inteligente».

La cuestión va bastante más allá de lo terminológico, y está relacionada con el reciente anuncio de alianza integrada por Amazon, Apple, Google y otros actores como el consorcio Zigbee o compañías como Ikea, Legrand, NXP Semiconductors, Resideo, Samsung SmartThings, Schneider Electric, Signify, Silicon Labs, Somfy o Wulian, para conseguir que sus plataformas y dispositivos no solo sean capaces de algo tan básico como mantenerse razonablemente seguras y hablar entre sí, en lo que serían las bases para un estándar asociado con la idea de la smart home.

A lo largo de los últimos años, mi casa y mi smartphone se han llenado de dispositivos y aplicaciones que me han permitido conectar casi de todo: desde las luces al coche, pasando por los contadores de consumo, el humidificador, los asistentes digitales, la alarma, hasta cuatro cámaras, el timbre de la puerta, el termostato de la calefacción, el riego del jardín… ¿convierte eso mi casa en una casa inteligente? No, me permite simplemente accionar determinados dispositivos o acceder a determinadas funciones, pero no va más allá de ser un automatismo, un control remoto o una forma diferente de accionar algo de manera más o menos interesante, pero ni mucho menos algo que se parezca ni siquiera remotamente a la inteligencia. En algún sentido, empieza a aproximarse cuando utiliza funciones que de otro modo se me pasarían por alto, como que la localización de mi smartphone pueda hacer que determinados dispositivos se comporten de determinadas maneras, pero eso dista mucho de alcanzar el calificativo de «inteligente». La inteligencia, definitivamente, es otra cosa.

Hace diez años, tenía WiFi, alcanzaba algunas partes de mi casa y conectaba algunos ordenadores y smartphones. Ahora, no simplemente tengo WiFi: tengo una serie de dispositivos en una red mesh que me permiten que ningún rincón quede sin cobertura, hay casi treinta dispositivos conectados a ella, y en ocasiones, priorizo alguno de ellos para que tenga más ancho de banda que el resto mientras hace determinadas tareas, o me organizo una red para invitados para poder compartir acceso sin tener que proporcionar ninguna de esas claves que seguramente no sería capaz de aprenderme ni aunque dedicase algunas horas a estudiarlas y repetirlas. ¿Más cómodo? Posiblemente. ¿Más potente? Seguro. ¿Más inteligente? No me lo parece. O al menos, muy por debajo de lo que podría implicar el significado de esa palabra. Si cualquiera se acerca a mi casa, por delante o por detrás, las cámaras lo ven, me avisan en mi smartphone y hasta me permiten abrirle la puerta. Puedo pedir una panorámica del salón para ver si alguien pulula por él. Pero sigo teniendo una alarma que, como mucho, me permite pedirle fotos estáticas… y de la que se fía la policía es de esa, no de las otras.

Por otro lado, toda esta constelación de tecnologías dota a mi casa de una notable complejidad. Si te gusta trastear, es hasta divertido, pero decididamente, no es inteligente, te pongas como te pongas. Algunas luces se controlan mediante la app de Signify (originalmente Hue), pero otras lo hacen mediante enchufes de Kasa. Algunos asistentes integran y gestionan ambas, pero unos lo hacen mejor que otras o permiten programar atajos de manera más sencilla, con lo que al final, acabas generalmente recurriendo a Alexa para que te encienda las luces de la habitación y te apague el resto cuando te vas a la cama, pero a Google Home o a Siri cuando tienes preguntas sobre cualquier cosa. El termostato inteligente te permite poner tu casa a calentarse cuando vienes de un viaje, sí… pero te tienes que acordar de utilizarlo, porque la posibilidad de que entienda tus planes de viaje (que, por otro lado, están perfectamente digitalizados en el mismo dispositivo) o tu agenda resulta aún lejana. ¿Inteligente? Se me ocurren bastantes organismos unicelulares con más inteligencia y respuesta a los cambios que todo eso.

¿Será 2020 el año en que pasemos de simplemente «hogares conectados» a «hogares inteligentes», capaces de integrar todos esos sensores de diferentes fabricantes de una manera segura, sin compartir todos nuestros datos hasta con el apuntador, y con la posibilidad de diseñar rutinas basadas en nuestros hábitos de una manera que realmente pueda ser calificada como tal? ¿O seguiremos automatizando cosas parcialmente y sin ningún tipo de criterio más allá de la curiosidad por probar el gadget de moda? ¿Es realmente tanto pedir que, una vez conectadas tantas cosas, seamos capaces de hacerlas funcionar para obtener resultados que valgan la pena?

*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons

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