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El crecimiento, las aerolíneas y la factura medioambiental

El crecimiento, las aerolíneas y la factura medioambiental

El crecimiento, las aerolíneas y la factura medioambiental

Por Enrique Dans*

El Reino Unido estudia la posibilidad de crear un impuesto específico para el transporte aéreo, un carbon charge destinado a compensar las emisiones de dióxido de carbono generadas por las aerolíneas, y que sería incorporado al precio de los billetes.

El movimiento permite entender una variable fundamental en nuestros días: el coste del crecimiento. En la historia del transporte aéreo de viajeros, se fue pasando, gracias a la expansión global, a la desregulación y a la revolución low cost, de ofrecer un servicio caro y elitista que pocos podían permitirse, a generalizar su uso para convertirlo en un negocio multitudinario, al que todos recurrimos constantemente con completa normalidad, aunque en muchos casos afirmemos odiarlo. El resultado fue no solo el crecimiento de toda una industria y de otras asociadas como el turismo, sino también, lógicamente, un enorme impacto medioambiental sobre el que es fundamental llevar a cabo acciones de mitigación.

¿Quién paga el coste del crecimiento? La ecuación está perfectamente clara. Lo pagamos todos con nuestra salud, y muy pronto, con nuestra viabilidad como especie. Mitigar el coste medioambiental de las aerolíneas implica hacer sus motores más eficientes en consumo de combustible, optimizar rutas, utilizar combustibles más sostenibles como el biofuel, etc., pero también reducir ese crecimiento volviendo a esquemas que lo racionalicen y que permitan, además, obtener ingresos que puedan ser utilizados para cuestiones que van desde la mejora de otras infraestructuras de transporte más sostenibles como trenes, hasta en tecnologías de eliminación de dióxido de carbono de la atmósfera o, eventualmente, al desarrollo de la aviación eléctrica. Que una aerolínea invite a sus usuarios a volar menos o más responsablemente y a utilizar, especialmente para determinados tipos de desplazamientos más cortos, otros medios de transporte no deja de ser irónico: como comenta el CEO de KLM, Pieter Elbers,

It is our business and we want to stay in business. We are stepping up to speed up progress towards a sustainable future, but we are a company that needs to make profit to survive and to continue to invest in sustainable solutions. We want to still be around when we have succeeded in our efforts to make aviation sustainable.”


(Es nuestro negocio y queremos permanecer en él. Estamos avanzando para acelerar el progreso hacia un futuro sostenible, pero somos una empresa que necesita obtener beneficios para sobrevivir y seguir invirtiendo en soluciones sostenibles. Queremos seguir existiendo cuando hayamos tenido éxito en nuestros esfuerzos por hacer que la aviación sea sostenible.)

El coste medioambiental del transporte aéreo es muy elevado, y en algunos países más avanzados en su cultura medioambiental, ha dado ya lugar al llamado flight shame y a campañas como Stay on the ground, que marcan una prioridad fundamental: optar por el tren o por el automóvil, preferentemente eléctrico, para muchos de los desplazamientos que hoy hacemos sin pensar en un avión.

Podemos considerar como muy positivo que todos podamos volar a precios razonables o que el ciudadano medio pueda plantearse hacer turismo a una escala impensable hace tan solo unas pocas décadas, pero el crecimiento tiene una factura que siempre se paga. Y hace ya tiempo que sabemos que el planeta ha dicho claramente que no acepta más cheques sin fondos.

*Texto íntegro e imágenes, publicados gracias a licencias Creative Commons

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