Tengo que volver
Malusa Gómez
@marylightg
Finalmente llegamos al Ganges, uno de los destinos obligados y más comentados cuando uno decide visitar la India.
Se encuentra en la ciudad de Varanasi – también conocida como Benarés – una de las 7 ciudades sagradas del hinduismo. Se puede decir que es la capital espiritual de la India, ellos tienen la creencia de que si mueres ahí o a 60 kilómetros de distancia puedes librarte del ciclo de la reencarnación. Su ideal es visitarla por lo menos una vez en la vida.
Sin duda de todo lo que visitamos, es el lugar más caótico y más extraño. Me atrevo a decir que fue en Varanasi en la única ciudad en la que me sentí insegura, que cargué mi bolsa por delante y no en la espalda y donde de plano si tuve que usar tapa boca, pues el olor era horroroso.
Aún así, es un lugar al que hay que ir, y sobre todo hay que sentir. La devoción y la espiritualidad se pueden casi tocar. Nosotras llegamos por la tarde, con el tiempo justo para dejar las cosas en el hotel y emprender el viaje hacia la orilla del río Ganges para ver la ceremonia que todos los día le dedican a Shiva, uno de sus dioses supremos. El traslado fue todo un viaje, nos repartimos de dos en dos en los “tuk-tuk” (también llamados rickshaw) una especie de bicicletas con cabina que resultan ser el medio de transporte más practico para los turistas, los choferes son todos unos profesionales jugándose el pellejo metiéndose en cuanto recoveco ven y tocando el claxon para poner folklor a la situación ya de por si bastante colorida, la distancia a la que pasábamos de coches, peatones, puestos y vacas era realmente increíble.
Para llegar a los ghats – escaleras de piedra a la orilla del Ganges – todavía nos faltaba un buen trecho que tuvimos que hacer a pie, a un paso más bien veloz pues la ceremonia estaba a punto de empezar y no nos la queríamos perder. Así que al ya complicado recorrido, le agregamos factores nuevos: “vamos rapidito, no se separen de mí, cuiden sus bolsas y de preferencia no se pierdan” fueron las indicaciones del guía. Una vez más, pero ahora a pie, sorteamos gente, vacas, puestos de todo lo que se puedan imaginar y muchos Santones o Sadhu vestidos de color naranja, personajes que han renunciado a todo en busca de un camino espiritual. Según nos platicó el guía, este lugar recibe tanta gente como la Meca. Puede uno encontrar de todo, turistas como nosotras, lugareños y mucha gente de fe que va con muchísima devoción.
La ceremonia fue muy bonita. Básicamente agradecieron al río por un nuevo día, encendieron fuego, tocaron instrumentos y rezamos cada uno a nuestra manera. Nosotras nos sentamos en unas gradas justo detrás de los sacerdotes que celebraban el rito y delante de ellos había un montón de gente, pero como era de noche, fue complicado definir si estaban en otras gradas o simplemente sentados en el suelo, cuando terminó el rito y la gente empezó a moverse, pude notar que los de enfrente no estaban ni en gradas ni en el suelo, estaban en unas barcas en el río y fue realmente muy bonito ver como poco a poco se iban moviendo de una forma tan rítmica que me pareció parte de la celebración. Todos sucedió con mucha armonía, con una energía y espiritualidad súper profunda.
Con esa sensación nos fuimos a dormir, al día siguiente regresaríamos al amanecer para ser parte de esos rituales cotidianos del Ganges. Las expectativas eran muchas y los prejuicios también: que si huele a muerto, que si hay cadáveres flotando por todos lados, que si es el río más contaminado del mundo y un montón de cosas más. Pues no. Ni huele a muerto, ni se ve contaminado – aunque sí lo está – ni hay cadáveres flotando.
El sol apenas estaba saliendo, nos subimos a una barca, nos dieron una veladora con flores, creo que de Cempasúchil o primas hermanas de ellas, para que hiciéramos una ofrenda. En la primera parte del recorrido vimos como la gente se sumergía, primero tomando agua en las manos se moja la cabeza, después, va todo el cuerpo. En la orilla hay gente meditando, sola o acompañada, gente rezando, cada quien en lo suyo, con devoción esperando a cambio eso que cada uno busca en ese lugar.
Un poco más adelante, están los crematorios. Si bien se ven maderas ardiendo y sabemos que en ellas hay personas siendo incineradas, yo no vi nada más que eso; leños ardiendo. El guía nos explicó que el hijo mayor del difunto se corta el pelo a cero, se viste de blanco y es él el encargado de verter una parte de las cenizas en el río, también nos dijo que el resto de las cenizas se quedan ahí pues más adelante las espulgarán para recoger lo que encuentren de oro u otros metales. Un dato curioso, es que a estos menesteres solo van hombres, a las mujeres no las dejan asistir porque lloran.
Todo esto fue muy impresionante, la muerte nunca es fácil, siempre impresiona y si uno se pone a ver, nuestros ritos también son un tanto macabros. Sin duda el cómo la afrontamos es totalmente cultural.
En Varanasi se encuentran dos templos muy importantes, el Templo Dorado construido en 1776 y dedicado a Shiva y la Mezquita de Gyanvapi, construida en el siglo XVIII sobre un antiguo templo hinduista. Habiendo tantos templos en la India, este dato sería irrelevante si no les cuento que la última está custodiada por el ejercito como precaución por si algún extremista quiere hacerle daño. Muy extraño ver gente armada afuera de un templo, da un poco de miedo.
Todo lo demás fue pasear, recorrer los callejones estrechos, observar cientos de personas en su trajín cotidiano tan distinto y a la vez tan parecido al nuestro. Eso tiene los lugares de fe, aglutinan un poco de todo. Y con esto llegó el final del viaje, cerramos en un lugar que no nos dio un respiro, no hubo tiempo de entender todo lo que había pasado ni lo que estaba pasando, no hubo tiempo para digerir tanta cultura, tanta espiritualidad ni tanta belleza. En ese momento y en este, de lo que sí tuve tiempo fue de saber, que pase lo que pase, tengo que volver. Sin duda me enamoré de la India.