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Suecia y el desarrollo de ecosistemas emprendedores

Suecia y el desarrollo de ecosistemas emprendedores

Suecia y el desarrollo de ecosistemas emprendedores

Por Enrique Dans*

Un artículo de análisis publicado en la BBC, “Sweden’s surprising rule for time off“, y el comentario al respecto de Cory Doctorow en la popularísima Boing Boing han dado lugar a múltiples comentarios, como este del World Economic Forum, sobre el efecto del derecho que, desde hace más de veinte años, existe en Suecia de tomarse un sabático de hasta seis meses conservando el puesto de trabajo para lanzarse a emprender un negocio o, eventualmente, para otras cuestiones como estudiar o cuidar de un familiar enfermo.

Resulta interesante comprobar que lo que es una política “sorprendente” para el entorno anglosajón no lo es en absoluto para los españoles, acostumbrados igualmente desde hace muchos años a una legislación similar que permite a los trabajadores tomarse un período de entre 4 meses y hasta cinco años, conocido como “excedencia”, siempre que lleven más de un año trabajando en la compañía y que no se hayan tomado ninguna en los cuatro años anteriores. Por alguna razón, en el caso español resulta poco habitual que esos períodos sean utilizados para poner en marcha proyectos emprendedores, lo que indica claramente que se necesita más de un elemento a la hora de poner en marcha un ecosistema emprendedor.

La mayor parte de los análisis en el caso sueco inciden en el efecto nivelador que una norma de este tipo tiene sobre la generación y consolidación de ideas: sin la posibilidad de abandonar temporalmente el puesto de trabajo para lanzarse a un proyecto emprendedor (que no sea competencia directa del anterior), los únicos que realmente están en situación de hacerlo son aquellos que o bien cuentan con recursos suficientes como para correr ese riesgo, que muy posiblemente tengan además gracias a ello un mejor acceso a capital para financiar su aventura, o a los verdaderamente muy determinados – o muy inconscientes. Una medida como la sueca va mucho más allá del simple reparto de subvenciones, que en muchos casos generan un efecto perverso de distracción burocrática o de incentivo para buscadores de dinero fácil, y busca en su lugar un efecto de ecualización del riesgo emprendedor, de reducción de la percepción de camino de difícil retorno que puede tener el dejarlo todo para lanzarse a desarrollar un proyecto.

Tras veinte años con una norma así en vigor, el resultado es que Suecia ocupa el segundo lugar tras Silicon Valley en generación de compañías altamente capitalizadas (“unicornios”) per cápita, con éxitos tan interesantes como Spotify, Skype, Mojang y muchos otros, es el quinto país del mundo en el Global Competitiveness Report, y ofrece unas condiciones ideales para el emprendimiento. Obviamente, la norma no es la única responsable de una correlación así: factores como el acceso a una educación de alta calidad, a conexiones a internet de alta velocidad y, desde hace algunos años, a tasas impositivas para las empresas inferiores a las de muchos otros países (desde el 52% en 1990 al 22% actual).

El éxito de Suecia a la hora de plantear este tipo de elementos destinados a fomentar un ecosistema propicio para el emprendimiento subraya el valor y el impacto de las políticas públicas bien planteadas. Con la reciente orden ejecutiva firmada por Donald Trump para fomentar el desarrollo y la regulación de la inteligencia artificial en los Estados Unidos, son cada vez más los países que confirman la conveniencia de monitorizar y priorizar las políticas relacionadas con la tecnología y sus efectos sobre todos los elementos de la sociedad.

Las leyes y normas no están escritas en piedra, y deben modificarse para adaptarlas al entorno en el vivimos, condicionado en gran medida por el desarrollo tecnológico. Cuando este tipo de políticas se hacen de manera ágil y con una gestión adecuada, todo indica que funciona. Veremos si el ejemplo se extiende.

*Texto íntegro, publicado gracias a licencias Creative Commons

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