Una nada agobiante
Por Santiago Sánchez L.
Turgueniev -en Padres E Hijos- define a un nihilista como aquél que no acata ninguna autoridad, que pone en duda y no acepta ningún principio, por muy respetable que sea. Cernysevski -en ¿Qué hacer?– propone la abolición de las convenciones; la negación de los principios sobre los cuales se apoyaba el precedente orden de la sociedad.
Ambos autores rondan mis sueños, o más bien mis pesadillas, desde hace varias noches. Funcionarios y legisladores danzan eufóricos al ritmo del son de “nada sirve, todo cambiaremos”.
Y mientras evocan el nada sirve, nada cambian y nada hacen. Abonan una nada agobiante que hace crecer un monstruo que desconoce las leyes, que somete su cumplimiento a la conveniencia política, al oculto revanchismo justificado en la oclocracia aterrizada en una absurda incidencia de los necios.
Vivimos agobiados. Agobiados por la nada política. Agobiados por la nada jurídica, en la mente de los “reformadores”.
Agobiados, porque la nada no es nada. La nada es una percepción efímera que al no llenarse con certeza jurídica y política, se llena con anarquía, con inseguridad pública, con fuga de inversionistas.
No merecemos eso. No merecemos ser rehén de unos cuantos, ni de la lucha de camarillas.No somos el reflejo de los nihilistas; somos los que todos los días trabajan, estudian, forman familias y fortalecen a la sociedad. Eso es realmente lo que somos.